Antes de comenzar, me gustaría arrancar este programa con una triple dedicatoria. Este pasado 27 de abril, el día en que se conmemora la festividad de la Mare de Deu de Montserrat, Dios ha llamado a su presencia a dos de las personas más importantes de mi vida espiritual. El primero es aquél que me bautizó y dio la Primera Comunión en mi pueblo natal, La Roda de Andalucía. Se trata de Don Antonio María Riejos García, un cura de los de toda la vida, de bicicleta y boina, cercano a la gente.
La segunda persona que falleció ese mismo día es el que me dio la confirmación, el Cardenal fray Carlos Amigo Vallejo, franciscano, arzobispo emérito de Sevilla, Gran Prior de la Lugartenencia de España Occidental de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalén y Primer Cardenal presbítero de Santa María de Montserrat de los Españoles, iglesia nacional de España en Roma, tras la creación de este título cardenalicio en 2003 por el papa San Juan Pablo II. Que alguien que siente semejante devoción por la Moreneta, fallezca el mismo día en que se conmemora su festividad, resulta una de las muchas coincidencias que ocurren en la vida. Qué decir de fray Carlos que no se haya dicho ya. Sólo puedo sentirme orgulloso de que uno de mis libros, El verdadero rostro de Dios. Las nuevas claves del Santo Grial, ocupe un espacio entre los anaqueles de su biblioteca.
Y el tercero que nos falta es el que vino a desempeñar el difícil papel de sustituir a don Antonio en La Roda de Andalucía, don Adolfo Pacheco Sepúlveda, un joven sacerdote que el pasado día 8 de mayo, festividad de San Dionisio de Corinto, demasiado pronto, ha despertado del sueño terrenal, y ha marchado a comprender la verdadera realidad que se nos oculta a los ojos materiales. También tuve la oportunidad de ver su biblioteca, y se me quedó pendiente hablar algo más de mis inquietudes con él.
A los tres va dedicada esta investigación, y a los tres les pido que guíen mis pasos en el camino que un día me mostraron.
In memoriam.
...
Allá por el año 1307, en la ciudad francesa de Carcasona, en el transcurso del interrogatorio que los padres dominicos Mossio y Guillermo Bos, ministros de la Santa Inquisición, le practicaron a un tal fray Gaucerando, a la sazón, sargento de la Orden de Caballería de los Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici, Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, o, como es más conocida, la Orden del Temple, y destinado en la encomienda que esta Orden tenía en Montpezat, se encontraron con un concepto que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los mayores misterios de la historia: el Baphomet.
Aunque es ampliamente conocida la relación de esta figura con los templarios, en realidad, este nombre no aparece en ningún documento relacionado con la Orden, interno o externo, salvo en un par de declaraciones, sacadas bajo tortura y amenazas por los sicarios del rey Felipe IV de Francia, y en las que se describía a un ídolo que, supuestamente, era adorado en determinados Capítulos reservados, y mostrado brevemente, durante la ceremonia de iniciación, a los aspirantes a ingresar.
En un libro de 1713, Histoire de la condannation des templiers, de Pierre Dupuy, Tomo I, podemos encontrar dicha descripción:
Frere Gaucerandus de Montepesato, Templario, dice que cuando fue recibido, el Superior le mostró un ídolo barbado hecho «in figuram baffometi», y el Crucifijo. El Superior le hizo adorar al ídolo y renunciar al Crucifijo, y escupir tres veces al suelo. Además, estas eran las costumbres y el estatuto de la Orden: debía besar a este Superior en la boca, el ombligo y por detrás; se podría mezclar con uno de los Freres de la Orden; y se le colocó un cinturón que sacó de la caja donde se encontraba este ídolo, y se le encomendó que lo guardase y portase perpetuamente.
Raimundus Rubei, lo mismo que los otros en cuanto a la adoración del ídolo, «ubi erat depicta figura baffometi».
Quitando estos dos casos, el nombre Baphomet no aparece en toda la historia templaria, aunque sí ese famoso icono que los iniciandos debían adorar en su ceremonia de ingreso.
Para comprender la verdadera naturaleza de este denostado símbolo, tendremos que acudir a otra fuente que aparece en el citado libro, y que cuenta con detalle el ritual completo de la iniciación de un templario.
Se trata de la confesión de Juan de Cassanhas, preceptor de la casa templaria de Nogarde, cerca de Pamiers, y dice así:
Se le enviaron dos caballeros que le preguntaron si quería entrar en la Orden. Respondió que esa era su intención. Después de eso, otros dos llegaron hasta él y le dijeron que aquello que intentaba acometer era algo grande, y que le sería muy difícil cumplir sus reglas, que no se dejase llevar por la apariencia exterior de la Orden. Después de eso, se le hizo entrar, se puso de rodillas ante el Preceptor, o Superior, que tenía un libro, y alrededor de él permanecían diez Freres. Se le preguntó que qué es lo que deseaba, a lo que respondió que deseaba pertenecer a su Orden. Se le hizo poner la mano sobre ese libro, y se le hizo jurar que no tenía ningún impedimento, fuesen deudas, matrimonio o servidumbres en algún otro lugar, a lo que respondió que no. Después de esto, y teniendo todavía la mano sobre el libro, se le dijo: Es necesario que prometáis, a Dios y a Nosotros, que seréis obediente, viviréis sin nada propio, guardaréis castidad, y guardaréis los usos y costumbres de la Orden; y que creeréis en Dios creador que no ha muerto y que nunca morirá. Todo esto él lo juró. Después, el Preceptor tomó un manto que puso sobre el citado Juan. Y entonces, un Preste de la Orden leyó el salmo «Ecce quam bonum et quam iucundum», y después lo besó en la boca; y el Preceptor se tumbó sobre el banco donde estaba sentado, y el citado Juan le besó «in ano» con los hábitos por delante; y después se sentó, y los otros Freres le besaron «in umbilico». El Preceptor, después, sacó de una caja un ídolo de «oricalco» (aurichalco) con figura de hombre. Lo puso sobre un cofre, y dijo estas palabras: «Domini, ecce unum amium Dei qui loquitur cum Deo quando vult cui referatis gratias, quod vos ad statum istum duxerit, quem multo desideravistis, et vestrum desiderium complevit» (Señor, he aquí un amigo de Dios que habla con Dios cuando quiere, y al que hay que darle las gracias, porque os ha llevado a este estado que tanto habéis anhelado, y ha cumplido vuestro deseo). Dicho esto, lo adoraron, arrodillándose tres veces, y todas las veces que adoraron a este ídolo, mostraron el Crucifijo, «in signum ut ipsum penitus abnegarent» (en señal de que debían negarlo por completo), y escupían al suelo. El citado Preceptor, después de esto, le colocó un cinturón de hilo… Acabada esta ceremonia, lo llevaron a otro lugar y recibió los hábitos de la Orden, y, llevado de vuelta ante el Superior… le indicó que siempre debía llevar ese cinturón.
Estos impagables testimonios poseen un enorme interés para nuestra investigación. Analicémoslos detenidamente para alcanzar algún atisbo acerca del significado profundo que los Caballeros Templarios asociaban al Baphomet.
Antes que nada, describiremos las cualidades que, a través de las numerosas declaraciones, se atribuyen a este icono.
Lo más destacado es que todos los declarantes lo denominan, sin ninguna duda, ídolo; la mayoría de las veces, semejante a una cabeza barbuda, que puede tener dos cuernos en la parte superior, motivo este por el que, en ocasiones, se lo identifica con un becerro. Dicho ídolo está rodeado de una red de cintas de hilo de lana o cordeles con nudos, de los que se extrae uno para ceñirlo, a modo de cinturón, en la cintura del aspirante. Este ídolo aparece decorado con piedras preciosas que refulgen con la luz de las velas, y que se confunden con los ojos del ídolo. Para algunos, estas cintas de lana le conferían al ídolo el aspecto de una momia.
Una vez que el aspirante juraba la obediencia a la Orden, se le leía uno de los salmos de la Biblia, concretamente, el 133, aquél que hace referencia al amor fraternal, y que deberían profesarse todos los caballeros entre sí:
¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Habitar los hermanos juntos en armonía!
Es como el buen óleo sobre la cabeza,
El cual desciende sobre la barba,
La barba de Aarón,
Y baja hasta el borde de sus vestiduras;
Como el rocío de Hermón,
Que desciende sobre los montes de Sion;
Porque allí envía Jehová bendición,
Y vida eterna.
En este salmo, la convivencia fraternal se compara con el aceite de consagrar; y se cita explícitamente la unción de Aarón como sumo sacerdote, narrada en Levítico 8:11-13:
Con el aceite roció el altar siete veces y ungió el altar y todos sus utensilios, y la pila y su base, para consagrarlos. Y derramó del aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón y lo ungió, para consagrarlo. Luego Moisés hizo que los hijos de Aarón se acercaran y los vistió con túnicas, los ciñó con cinturones, y les ajustó las tiaras tal como el SEÑOR había ordenado a Moisés.
Este pasaje del Levítico contiene un detalle que también nos encontramos en la ceremonia de admisión del nuevo templario: los hijos de Aarón fueron vestidos con un hábito sacerdotal y se les colocó un cinturón; eso mismo ocurría con los novicios templarios, a los que se les entregaba el hábito de la Orden y se les ceñía una cinta de lana, o un cordel con diversos nudos, tomados del Baphomet, a modo de cinturón.
Pero es que, además, este salmo dice que la cabeza de Aarón es barbada, y que el aceite discurre por la barba. Como hemos dicho, muchas de las declaraciones de los templarios interrogados, como la del Frere Reynerus de l’Archant, coinciden en que el Baphomet era una cabeza barbada:
La citada cabeza tiene una gran barba.
Por otra parte, algunos arrestados confesaron que esta cabeza era untada con la grasa de los hijos ilegítimos que los Templarios habían tenido con muchachas vírgenes, y a los que habían asesinado, tal y como se recoge en la Crónica de San Dioniso:
… porque un bebé engendrado por un templario en una doncella fue cocido y asado al fuego, y se le extrajo toda la grasa, que fue sacralizada y untada en su ídolo.
Esta expresión, que muchos autores consideran falsa, obtenida bajo tortura, y proporcionada para satisfacer los deseos de quienes buscaban hallar prácticas delictivas y herejes con las que condenar a la Orden, nos parece que tiene cierta verosimilitud, aunque pensamos que la depravada imagen que ofrece de los templarios proviene de una mala interpretación que algún miembro profano de la Orden dedujo del relato que probablemente escuchó a algún Superior, un pasaje de la mitología griega, y al que posteriormente nos referiremos: la muerte del niño dios Dioniso a manos de los titanes, quienes lo descuartizaron y lo cocinaron de forma similar a la relatada en este fragmento, con respecto a los hijos ilegítimos de los templarios, cociéndolo, y asándolo posteriormente.
Esta historia tergiversada se pudo mezclar con la práctica citada en el salmo 133 de ungir la cabeza con aceite de oliva, de forma que es altamente probable que esta cabeza barbada llamada Baphomet fuese untada con aceite de oliva, en lugar de con la grasa del bebé.
La deseada hermandad de los templarios también se comparaba en el citado salmo con la montaña más sagrada de Tierra Santa, el monte Hermón, que, en este caso, queda enlazado con el monte Sión, el monte de Jerusalén donde se ubicaba el Templo de Salomón y, por tanto, el Cuartel General de los Templarios.
Estos dos montes tenían una especial significación, no por su sacralidad, que también, sino por un hecho bastante significativo: ambos estaban considerados como el umbilicus mundi, el ombligo del mundo, el centro de toda la existencia. Para los cananeos, el monte Hermón era el axis mundi; lo mismo que el monte Sión para los hebreos. Este concepto se refiere a un punto central en el espacio, donde convergen todos los puntos cardinales, incluidos el cielo y la tierra. En él, los dioses se comunican con los hombres.
Así, en el Libro de Enoc 6:6, se cuenta cómo los enigmáticos Vigilantes eligieron el monte Hermón como el lugar en el que descender del cielo para unirse a las hijas de los hombres:
Y eran en total doscientos los que descendieron sobre la cima del monte que llamaron Hermon, porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema.
Por su parte, el monte Sión es el lugar en donde se construyó el Templo de Jerusalén. En 1 Macabeos 4:36-38, podemos leer:
Judas y sus hermanos dijeron entonces: «Ahora que nuestros enemigos han sido derrotados, vayamos a purificar y a consagrar el templo». Todo el ejército se reunió y subió al monte Sión. Allí vieron el templo en ruinas, el altar profanado, las puertas incendiadas; en los atrios crecía la maleza, como en el bosque o en el monte; las habitaciones estaban destruidas.
Al igual que el monte Hermón era el axis mundi para los cananeos, el monte Sión lo es para hebreos, cristianos y musulmanes. Según las tradiciones, en este lugar se produjeron los hechos más significativos de la historia de estas religiones. Para empezar, fue aquí donde Dios creó el mundo y a Adán, el primer humano. Esta cumbre fue la designada por Dios para que Abraham sacrificase a su hijo Isaac, o Ismael, según la versión islámica. Incluso, Jacob durmió en ella, con su cabeza apoyada en una roca, denominada Roca Fundacional, y contempló en sueños una escalera que ascendía hasta el cielo, por la que subían y bajaban ángeles. A causa de esta visión, el propio Jacob bautizó aquel lugar como Casa de Dios y Puerta del Cielo. También en esta tradición aparece el aceite de oliva, pues, tras la visión, el patriarca ungió la piedra con aceite para consagrar aquel lugar. Incluso, en el Salmo 52:8, se conecta el olivo con la Casa de Dios:
Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios.
Más tarde, los judíos eligieron el monte Sión para erigir el famoso Templo de Salomón, y, más tarde aún, Mahoma también utilizó su cumbre para ascender a los cielos, acompañado del arcángel San Gabriel.
Alrededor de esta Roca Fundacional, los seguidores de Mahoma construyeron la Cúpula de la Roca, un edificio poco usual en la arquitectura religiosa musulmana, de estructura octogonal y coronado con una cúpula de estilo bizantino. Al dejar en el centro la roca ungida por Jacob, le concede el estatus de axis mundi.
Cuando en 1099 los cruzados conquistaron Jerusalén, la Cúpula de la Roca fue convertida en iglesia, mientras que la cercana mezquita de Al-Aqsa se reutilizó como palacio provisional del reino. En 1119, un grupo de caballeros decidieron crear una Orden de Caballería dedicada a proteger a los peregrinos cristianos que llegaban a Tierra Santa. Ante la falta de espacio, el rey Balduino I les cedió las caballerizas de su propio palacio. Cuando el rey se trasladó a su residencia definitiva, en la Torre de David, los templarios se quedaron con todo el recinto de la cumbre del monte de Sión, incluida la Cúpula de la Roca, el axis mundi de las tres religiones del Libro. De este modo, el Templum Domini quedó incorporado a la cultura templaria definitivamente y para siempre, y se incorporó como imagen de los sellos oficiales de los Grandes Maestres de la Orden.
Ya hemos visto que el contexto de la ceremonia de iniciación templaria incluía dos conceptos aparentemente inconexos, el de axis mundi, o umbilicus mundi, el centro del mundo; y el de una cabeza, o una piedra, ungidas de aceite. Además, estas ideas se ponen en conexión con otra noción también bastante desconectada de las anteriores, la hermandad de los hombres. No en balde, la Roca Fundacional, esa que ungió Jacob, era sagrada para judíos, cristianos y musulmanes; y los templarios asumieron la responsabilidad de custodiar tan sagrada reliquia.
Parece que dicha responsabilidad la practicaron, incluso, en su ritual de iniciación.
Cuando los distintos miembros de la Orden narraban tal ceremonia, hacían referencia a unos extraños besos que Superior y aspirante se daban mutuamente, y que, al parecer, eran de todo menos castos: boca, ombligo y parte baja de la espina dorsal, muy cerca del ano.
Esta práctica se nos antoja un símbolo identificativo de la asunción de dicha responsabilidad hacia todas las tradiciones que estaban implicadas en la adoración de la Roca Fundacional Ungida.
El beso en el ombligo es inequívoco. Si la citada roca se consideraba el umbilicu mundi, el ombligo o centro del mundo, el punto en el que confluyen aquellos que proceden de lugares antagónicos, dicha práctica se podría considerar un ósculo sagrado, aquél que da cumplimiento al mandato de hermandad contenido en el salmo 133, y que implica la exigencia al novicio de que se aleje del extremo y se convierta en el centro, el lugar donde convergen los diferentes. Y, si tenemos un beso en el centro del universo, en la concavidad central del cuerpo, también es necesario representar los dos extremos del mismo, las otras dos oquedades: la entrada y la salida de alimento, la boca y el ano.
Y resulta que, en el mundo del primitivo cristianismo gnóstico, existía dicha práctica.
El maestro de una congregación le daba un beso en la boca al discípulo que iba a ingresar en ella. De este modo, se simbolizaba, tanto la aceptación del nuevo miembro, como el paso de profano a conocedor de la sabiduría que el maestro le iba a proporcionar en un ambiente de discreción.
Un ejemplo de esto lo tenemos en los besos que Jesucristo le daba a determinados discípulos para transmitirles conocimientos arcanos, y que se narran en los evangelios apócrifos.
El más conocido de todos es el de Felipe, porque es al que se han agarrado los defensores del matrimonio de Jesús con María Magdalena, y que se ha extendido con la novela y película El código Da Vinci. En este evangelio apócrifo, se dice:
La sabiduría denominada "estéril" es la madre [de los] ángeles. Y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. Cristo la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en […].
El texto que vendría a continuación está deteriorado e ilegible. Pero todos los estudiosos concuerdan en que la palabra que falta es boca. Este beso en la boca de Jesús a María Magdalena se ha interpretado como un beso de amor marital. Sin embargo, veamos qué ocurre en otros casos menos evidentes.
En el Segundo Apocalipsis de Santiago, un texto encontrado entre los documentos de Nag Hammadi, el apóstol Santiago habla de su relación con Jesús:
Y él besó mi boca. Me abrazó, diciendo, “¡Mi amado! He aquí, yo revelaré a ti esas [cosas] que [ni] los cielos ni sus arcontes han conocido. He aquí, que yo te revelaré esas [cosas] que él no conoció,…
Es decir, que Jesús besó la boca de Santiago, y a continuación, le dice que le revelará sabiduría arcana. Esta idea aparece expuesta en otro fragmento del mismo evangelio de Felipe, citado anteriormente:
El logos sale de la boca. Y quien se alimenta de la boca, se hará perfecto. Los perfectos son concebidos por un beso y nacen. Por eso nosotros también nos besamos unos a otros, para recibir concepción en la gracia de adentro que nos es común.
El ósculo sagrado que tiene lugar en la ceremonia de iniciación del aspirante a templario viene precedido por la lectura del citado salmo 133, lectura que tiene lugar tras el juramento del iniciando. Es como si ese juramento hubiese sido determinante para pasar del estadio de profano al de adepto, y tras dar ese paso, al aspirante se le hubiese permitido escuchar los secretos de la Orden.
Esta práctica recuerda mucho a la que tenía lugar en el seno de un culto mistérico griego, el Orfismo, que llegó a acuñar una frase muy significativa: Hablaré a quienes es lícito. Cerrad las puertas, profanos.
Y no creemos estar muy equivocados al afirmar que se intuye cierto aroma órfico en los niveles más elevados de la Orden templaria. La prueba definitiva nos la aporta una expresión que ya hemos tratado con anterioridad:
… porque un bebé engendrado por un templario en una doncella fue cocido y asado al fuego, y se le extrajo toda la grasa, que fue sacralizada y untada en su ídolo.
Antes comentamos que esta forma de cocinar a los hijos ilegítimos que los miembros de la orden tenían de jóvenes doncellas, es idéntica a la de la historia en la que se narra el sacrificio del dios del vino y la alegría, Dioniso, a manos de los titanes; pero esta historia no pertenece al Dioniso de la mitología griega convencional, sino al que se le rendía culto en una tradición hermética muy apreciada en la antigüedad: el orfismo.
Dicha historia nos la cuenta el poeta egipcio Nono de Panópolis en sus Dionisíacas.
El rey de todos los dioses olímpicos, Zeus, se enamoró de su hija Perséfone, y la sedujo en el interior de la Cueva de los Misterios, posiblemente, la misma gruta en la que Rea escondió al propio Zeus de su padre Cronos y que evitó que fuese devorado por éste.
Una vez que Perséfone dio a luz a Dioniso, este permaneció escondido en dicha gruta, siguiendo los pasos de su padre Zeus, pues la esposa de este, Hera, celosa por la infidelidad, exigía la muerte del joven.
Realizadas diversas pesquisas, Hera descubrió el refugio de Dioniso, y exigió a los Titanes, hermanos de Cronos, que lo matasen y lo devorasen, recreándose en el hijo el destino que el padre Zeus tenía reservado desde su nacimiento, de no haber sido por la intervención de Rea.
Llegados los titanes a la gruta donde permanecía el inocente Dioniso, se disfrazaron con máscaras y atrajeron al niño con engaños hasta el lugar donde lo iban a sacrificar. Uno de los objetos que le enseñaron para distraerlo fue un espejo. Mientras Dioniso contemplaba su reflejo especular, un titán tomó un cuchillo y lo degolló. Inmediatamente después, fue descuartizado y cocido en una marmita. Después de esto, los trozos de carne fueron insertados en un espetón y asados al fuego.
Como vemos, el orden en el que se producen las dos técnicas culinarias, primero la cocción, y luego el asado, es el mismo que el narrado en la declaración de los testigos que informan de la muerte de un niño inocente a manos de los templarios.
Pero el relato de la muerte de Dioniso continúa con nuevos detalles que pronto veremos que están muy vinculados con los Templarios.
Cuando el aroma del asado llegó hasta Zeus, acudió al lugar del sacrificio y observó la escena. Lleno de ira, lanzó un rayo sobre todos los titanes, y los abrasó, convirtiéndolos en ceniza. El único trozo que aún no habían consumido era el corazón, de modo que Zeus se lo implantó en el muslo, que en griego es Meros, y allí gestó a un segundo Dioniso, el Dioniso Cornudo que narra Eurípides en sus Bacantes; cuernos con los con los que desgarró el muslo de su padre a modo de cesárea y emergió como el personaje que narra la mitología clásica que todos conocemos.
Con respecto al lugar donde Dioniso renació de su muerte, el muslo de Zeus, o, en griego, Meros, hay que decir que un discípulo de Platón, el filósofo y botánico Teofrasto, en el libro IV de su obra Historia de las plantas, reconoce que se trataba de un monte, el monte Mero:
Pero que, en cambio, aparece la hiedra en el monte llamado Mero, de donde, según la leyenda, era Dioniso.
De las cenizas de los titanes esparcidas por la tierra surge el ser humano, del que se dice que tiene una doble naturaleza, mitad divina, en cuanto a que los titanes habían devorado el cuerpo de un dios; mitad malvada y pecaminosa, por la parte terrenal de los titanes.
En este mito órfico, un ser supremo, Hera, ordenó un acto tan cruel como el sacrificio de un joven inocente al que se degüella con un cuchillo; y otro ser supremo, casi equiparable al anterior, Zeus, el esposo de Hera, evita la muerte definitiva de ese niño y provoca la muerte de un sustituto, los titanes, que son reducidos a ceniza. De este acto surge la humanidad.
Todo este relato es idéntico a una historia que tuvo lugar encima de la Roca Fundacional Ungida que custodiaban los Templarios en la cumbre del monte Sión, el axis mundi judeo cristiano musulmán. Se trata del sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham.
Este es el relato literal de Génesis 22:1-18
Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto (antiguo sacrificio religioso, especialmente entre los judíos, en que se quemaba la víctima completamente hasta reducirla a cenizas) sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto. Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.
Como vemos, el paralelismo de ambas historias es innegable. Un dios inmisericorde exige el sacrificio de un joven e inocente niño. Este sacrificio consiste en un holocausto, es decir en degollar al niño y asar su cadáver hasta reducirlo a cenizas. Ese niño es llevado hasta el lugar del sacrificio con engaños. Incluso el recurso utilizado en la biblia de sustituir a Isaac por un carnero que tiene los cuernos enredados en un matorral es sorprendente, porque nos muestra una imagen especular con eje de reflexión en el propio Abraham, lo que nos recuerda que Dioniso se distrajo contemplando su imagen en un espejo; y que, aprovechando este engaño, uno de los dos elementos de esa reflexión, aquél que posteriomente tendría cuernos en su cabeza, fue el sacrificado.
Observemos que Isaac está amarrado encima de las ramas que servirían para asarlo y convertirlo en cenizas, lo que le impedía escapar. Cuando el ángel detiene a Abraham, este mira hacia atrás y ve a u carnero sujeto por los cuernos a las ramas del matorral. No olvidemos que el Dioniso órfico es un Dioniso Cornudo que sirvió de sacrificio a los Titanes, y cuyo cuerpo, salvando el corazón, se convirtió en cenizas.
También en esta leyenda del sacrifico de Isaac aparece in extremis un dios equivalente al anterior, y evita la desaparición definitiva del joven. Incluso, las cenizas que quedaron tras el holocausto del carnero fueron la causa de que le fuese cambiado el nombre a Abraham, antes llamado Abram. Si las cenizas de los titanes junto con el cuerpo devorado de Dioniso dieron lugar a la humanidad, Abraham obtuvo este nombre que significa, literalmente, Padre de las Multitudes, y, como dice el texto anterior, multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.
Pero es que, hasta el propio nombre de Isaac nos delata su indudable identificación con el Dioniso griego. Isaac significa el que provoca la risa. Esto se debe a que sus padres, cuando un extraño les profetizó que tendrían un niño, se echaron a reír, pues, en ese momento, Sara contaba con noventa años, y Abraham, con cien. Y resulta que Dioniso es el dios de la risa.
En un artículo titulado Risa, ritual y poesía, de Antonio López Eire, catedrático de Filología Griega de la Universidad de Salamanca, y publicado en Cuadernos del CEMYR, Nº 12, 2004 (Ejemplar dedicado al humor en la Edad Media), págs. 155-210, ISSN 1135-125X, podemos leer lo siguiente:
En cualquier caso, es ya un hecho indiscutible que en las sociedades preliterarias es frecuente el «ritual de la risa», de la risa a raudales propia del bomolókhos, que en el mundo griego antiguo se asociaba con gran frecuencia a ritos de la vegetación que buscaban la fecundidad y la fertilidad de los campos y estaban por ello ligados al culto de la diosa Deméter y del dios del vino Dioniso, que era, según Luciano, un «dios amante de la risa», philogélos.
Incluso, Aristófanes, el comediógrafo del siglo V antes de Cristo, en su obra Las ranas, retrata a un Dioniso convertido en bufón, provocando las risas de los que presenciaban sus bobadas. En uno de los pasajes, Dioniso cuenta el siguiente chiste:
Nadie, es verdad; así es que en las Panateneas me faltó poco para morir de risa viendo a un hombre blanco, gordo y pesado que corría encorvado y con un trabajo infinito, mucho más atrás que los otros. En la puerta del Cerámico, los espectadores le pegaron en el vientre, en el pecho, en los costados y en las nalgas, hasta que, en vista de aquella lluvia de palmadas, mi hombre soltó un flato con el cual apagó la antorcha y se escapó.
Como acaba de demostrarse, el sacrificio que Abraham estuvo a punto de cometer en la cumbre del monte Sión, sobre la Roca Fundacional Ungida que los Templarios custodiaban en el interior de su Cuartel General, es la versión hebrea de un mismo hecho perteneciente exclusivamente a la doctrina de un culto iniciático griego, el orfismo; y, a su vez, idéntico a los hechos que los atemorizados miembros de base de la Orden dijeron que se producían en ceremonias secretas a las que, por supuesto, ellos nunca asistieron, y únicamente conocían de oídas; en definitiva, hechos por los que, por supuesto, la Inquisición no debía condenarlos a morir en la hoguera.
Otro inequívoco elemento órfico que aparece en la ceremonia de iniciación templaria es la cabeza parlante. Recordemos que, una vez que al aspirante se le mostraba el Baphomet, se le decía la siguiente frase:
Señor, he aquí un amigo de Dios que habla con Dios cuando quiere, y al que hay que darle las gracias, porque os ha llevado a este estado que tanto habéis anhelado, y ha cumplido vuestro deseo.
La mayoría de declaraciones extraídas en los interrogatorios de la Inquisición reconocían que aquel ídolo, que recordaba una cabeza barbada, tenía la facultad de hablar y de profetizar, como si se tratase de un oráculo.
En este sentido, conviene recordar lo que le ocurrió a Orfeo cuando retornó del Hades tras su intento fallido de recuperar a Eurídice. Tanto amor le tenía a su esposa fallecida, que renunció a vincularse emocionalmente con cualquier otra mujer. Este desprecio provocó que un grupo de mujeres tracias, que en determinadas versiones son bacantes, las seguidoras de Dioniso, lo mataran, descuartizaran y decapitaran. La cabeza fue arrojada al río Hebro, desde donde fluyó hasta el Mediterráneo. Cuando llegó a la isla de Lesbos, fue recogida y depositada en una cueva en Antisa, dedicada a Dioniso, en donde se convirtió en un oráculo que profetizaba con gran exactitud.
Otro elemento netamente órfico era el rechazo templario por las mujeres.
En todas las declaraciones se especificaba que, en la ceremonia de iniciación, los Preceptores conminaban a los iniciandos a rechazar la compañía y la unión sexual con las mujeres.
Aunque el celibato era una práctica muy común en la iglesia romana en aquellos tiempos, es cierto que no fue obligatorio hasta que se institucionalizó en los dos Concilios de Letrán, de 1123 y 1139. Incluso, los sacerdotes ortodoxos orientales podían contraer matrimonio libremente.
Podría parecer arriesgado vincular este rechazo tan acérrimo a las mujeres por parte de los templarios al mundo de los misterios órficos. Sin embargo, pronto encontraremos un nexo casi definitivo.
Como nos cuenta Platón en el libro X de su República, Orfeo, tras morir destrozado a manos de las bacantes tracias, decidió reencarnarse en cisne para no tener ningún contacto con mujeres, ni siquiera en el seno materno:
Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió a manos de éstas;…
Si Orfeo se reencarnó en cisne, se puede decir que el mayor valedor de la Orden Templaria descendía de Orfeo. Estamos hablando de Godofredo de Bouillon, el primer rey de Jerusalén.
En el relato anterior, en el mismo contexto en el que Orfeo se encarna en un cisne cantor para poder continuar ejercitando su arte sin descender de mujer, Platón nos confiesa que otro cisne cantor, a su muerte, se reencarnó en persona:
… había visto también al alma de Támiris, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores.
Teniendo en cuenta que el citado Támiris era el abuelo materno de Orfeo, se puede entender que ese fragmento se centra en la dinastía del autor del culto mistérico órfico. En consecuencia, interpretamos que el cisne cantor que decide reencarnarse en persona humana, narrado por Platón, podría ser el mismo Orfeo, tras la muerte del cisne en el que había elegido renacer.
Esta historia, en la que un hombre se convierte en cisne y, más tarde, vuelve a tomar aspecto humano, es la misma que la que ocurre en la leyenda del Caballero del Cisne, el caballero que, según una obra española datada a finales del siglo XIII, La gran conquista de ultramar, sería el abuelo de Godofredo de Bouillón.
No nos detendremos en relatar esta leyenda; únicamente recordaremos que el Caballero del Cisne no era otro que Lohengrin, el hijo de Parzival, el buscador del Grial, y a la muerte de este, el rey del Grial.
El vínculo de Godofredo de Bouillón con el Temple arranca con una vieja e íntima amistad, la del rey de Jerusalén con el fundador de la Orden, Hugo de Payns. En la juventud eran tan pobres, y estaban tan unidos, que ambos amigos compartían el mismo caballo. Esta imagen es la que sirvió para inspirar el sello templario de dos caballeros compartiendo el mismo caballo.
Más tarde, esta estrecha relación del fundador de la Orden con los monarcas de Jerusalén, facilitó la cesión de la Roca Fundacional Ungida, a la recién creada congregación de monjes guerreros.
Después de todo lo visto hasta ahora, sería muy difícil no convenir en que, los Pobres Caballeros de Cristo, tras su larga estancia en Tierra Santa en estrecho contacto con las viejas tradiciones griegas que impregnaban la Iglesia Ortodoxa, se contaminaron de los mitos clásicos hasta el punto de incluirlos en sus ritos más secretos.
Y esta contaminación nos lleva ahora a un elemento que define al Baphomet templario, y que tiene una apabullante similitud con otro elemento de la mitología griega.
Acabamos de ver las fuertes similitudes que nos encontramos en determinadas prácticas secretas templarias con el culto mistérico órfico. Entre ellas, destaca la cabeza barbada con cuernos, muy semejante a las máscaras de Dioniso Cornudo órfico que podemos encontrar hoy en día en cualquier museo.
Por cierto, no se nos debe olvidar un detalle muy significativo que pasa casi desapercibido en la declaración de Jean de Cassanhas, antes transcrita:
El Preceptor, después, sacó de una caja un ídolo de «oricalco» (aurichalco) con figura de hombre.
Es llamativo que el templario utilice la palabra oricalco, escrito Aurichalco, y pronunciado en francés orichalc, un metal legendario citado en viejos textos griegos y del que se desconoce su naturaleza. Los textos en donde este mineral aparece más explícitamente son los libros de Platón que se refieren a la Atlántida.
Si a nosotros nos ha sorprendido este hecho, también sorprendió al autor de la Histoire de la condannation des templiers, que, ante lo extraño de la expresión, decide incorporarla en el original latín en el que se lo encontró en las actas inquisitoriales, y en cursiva.
No tiene mucho sentido que alguien que desconoce qué es el oricalco, y que casi no conoce al ídolo Baphomet, apenas los breves minutos que lo tuvo delante durante la sesión de investidura como caballero, haya identificado tan certeramente el metal con que estaba recubierto.
Sin embargo, sí es casi seguro que, como muchos otros de los testigos interrogados, Jean de Cassanhas haya tergiversado una palabra que sí escuchó, referida al Baphomet: Urokal.
En la página 449, del volumen 112 de la Biblioteca Clásica Gredos, correspondiente a la edición de Historia de las plantas, de Teofrasto, ISBN: 84-249-1271-3, edición traducida del griego por el Catedrático de Lengua y Literatura griegas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, don José María Díaz-Regañón López, en la nota a pie de página 17, Libro IX, podemos leer lo siguiente:
Resulta que los árabes, esa gente con la que los templarios mantenían un contacto tan estrecho que ha llevado a algunos estudiosos a deducir el nombre Baphomet a partir de Mahomet, o Mahoma, resulta que esos árabes, repetimos, adoraban al dios Dioniso, al que llamaban con un nombre, Urokal, de pronunciación francesa casi idéntica al mítico mineral, Orikalc.
Cada vez nos reafirmamos más en el ya indudable culto órfico que impregnaba, al menos, el núcleo más reservado de la Orden del Temple.
Volvamos a esa cabeza, que, recordemos, se ungía con aceite de oliva y estaba rodeada de cintas o cordeles de lana anudados.
Si tenemos en cuenta que su
exhibición, fuera de los capítulos secretos de la Orden, se producía acompañada
de la lectura del salmo en el que aparecen dos montañas consideradas el ombligo
del mundo, no creemos equivocarnos si afirmamos que este Baphomet era una
réplica de un ídolo que se custodiaba en otro lugar relacionado con Orfeo y
Dioniso: el ónfalo del oráculo de Delfos.
Este ónfalo, del que se conserva una réplica de época romana en el Museo Arqueológico de Delfos, reúne todas las características del Baphomet templario.
Se trata de una roca en forma de medio huevo que, según la mitología griega, fue la que Rea entregó a Cronos en lugar del recién nacido Zeus, y así, evitar que su hijo fuese devorado. Esta piedra estaba rodeada de cintas de lana que recordaban los pañales y tocas con las que Rea escondió la roca. En la réplica romana, estas cintas y cordeles anudados se esculpieron en el mismo icono. Estas cintas de lana estaban decoradas con relucientes piedras preciosas en forma de cabeza de Gorgona, al igual que los carbúnculos que decoraban al Baphomet. Además, la parte superior de dicho ónfalo estaba decorado con dos águilas que se miraban, en alusión a la historia que dio origen al oráculo de Delfos, y que a continuación relataremos.
Este conjunto de ónfalo rodeado de cintas de lana, y coronado por dos águilas, puede ser perfectamente confundido con una cabeza barbada y cornuda, como la que describían los caballeros interrogados.
Por otra parte, uno de los rituales que se realizaban diariamente en Delfos era ungir el ónfalo con aceite de oliva, al igual que hizo Jacob con la Roca Fundacional en la cumbre del monte Sión.
La propia palabra ónfalo significa en griego, ombligo; y, por supuesto, Delfos, al igual que el monte Hermón y el monte Sión, estaba considerado el ombligo del mundo y axis mundi. Desde muy antiguo se ha considerado el ombligo como el centro del hombre, tanto espiritual como físico. Y, de hecho, el grandioso Leonardo da Vinci lo utilizó como el punto central de la circunferencia que marca las proporciones del hombre perfecto, el Hombre de Vitrubio.
El historiador griego Pausanias escribió que el ónfalo de Delfos era el símbolo del centro cósmico donde se crea la comunicación entre el mundo de los hombres, el de los muertos y el de los dioses. Para asegurarse que localizaba el centro exacto, Zeus colocó dos águilas en cada uno de los extremos, occidental y oriental, del diámetro de un universo supuestamente circular, y las hizo volar hasta el punto medio. Cuando se encontraron en Delfos, Zeus decidió convertirlo en el centro de la creación de ese universo; y lo consagró, depositando en aquel lugar la piedra con la que su madre, Rea, lo había salvado de ser devorado por su padre, Cronos.
En el área de influencia del Mediterráneo, estas montañas consideradas por sus pobladores como el centro del mundo, tienen otra cualidad que, hasta ahora, ha pasado desapercibido a los estudiosos que se han acercado a este fenómeno.
Casi todas estas montañas donde comienza la creación del universo son Montes de los Olivos, y están muy vinculadas con Diluvios Universales.
Si nos quedamos en Grecia, tenemos dos de estos montes, el de la Acrópolis, en Atenas; y el Parnaso, donde se encontraba el oráculo de Delfos.
Del segundo ya hemos hablado como el lugar elegido por el propio Zeus como el centro del Universo, y de su vinculación con el olivo por medio de las unciones diarias que se hacían al ónfalo y los olivos que lo circundaban para extraer el aceite de la unción. Pero nos falta explicar su relación con Orfeo y con el diluvio.
El nombre Parnaso proviene de un hombre que gobernaba una ciudad cercana al monte. Cuando cayó el Diluvio, sus habitantes corrieron a la cumbre para salvarse, guiándose por el aullido de unos lobos. En el mito del Diluvio griego, el hijo de Prometeo, Deucalión, construyó un arca en el que se salvó de la inundación. Cuando descendieron las aguas, el arca se depositó en el monte Parnaso.
Como hogar de las Musas, el Parnaso se hizo conocido como un espacio para la poesía, la música y el aprendizaje. De este modo, cuenta la historia que Orfeo vivió con su madre y sus tías en este monte, donde aprendió todo el arte musical que lo haría famoso. Allí conoció a Apolo, el dios de la música, que le regaló una lira de oro y le enseñó a tocarla.
Hemos visto que uno de los primeros lugares en emerger de las aguas del Dilvuio fue un monte lleno de olivos. Lo mismo ocurrió con el monte de la Acrópolis de Atenas.
En el Libro XVIII de La ciudad de Dios, de San Agustín de Hipona, se narra cómo se puso la ciudad de Atenas bajo la protección de la diosa Atenea:
Porque para que se llame Atenas, cuyo nombre ciertamente es de Minerva, que en griego se llama Atenea, Varro indica esta causa. Cuando de repente apareció allí un olivo y brotó agua en otro lugar, estas maravillas impresionaron al rey Cecrops y envió para preguntar a Apolo Délfico qué se debía entender y qué se debía hacer. El oráculo respondió que el olivo significaba Minerva, el agua Neptuno, y que estaba en poder de sus ciudadanos decidir cuál sería el nombre de la ciudad de entre los dos dioses, de los cuales eran aquellas insignias. Habiendo recibido este oráculo, Cecrops convocó a todos los ciudadanos de ambos sexos (porque entonces era costumbre en los mismos lugares participar en consultas públicas incluso para mujeres) a votar. Por tanto, después de consultar a la multitud, los varones votaron por Neptuno, y las mujeres por Minerva; y hallándose un voto más en las mujeres, venció Minerva.
Entonces Neptuno, enojado con esto, haciendo crecer las olas hirvientes del mar, devastó las tierras de los atenienses; ya que no es difícil para los demonios esparcir agua en general. Para apaciguar su ira, el mismo autor dice que los atenienses castigaron a las mujeres con tres penas: la primera, que desde entonces no diesen ya su sufragio en los públicos congresos; la segunda, que ninguno de sus hijos tomase el nombre de la madre, y la tercera, que nadie las llamase ateneas. Y así aquella ciudad, madre de las artes liberales y de tantos y tan célebres filósofos, que fue la más insigne e ilustre que tuvo Grecia, embelecada y seducida por los demonios con la contienda de dos de sus dioses, el uno varón y la otra hembra, por una parte, a causa de la victoria que alcanzaron las mujeres, consiguió nombre mujeril de Atenas, y por otra, ofendida por el dios vencido, fue compelida a castigar la misma victoria de la diosa vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las armas de Minerva. Porque en las mujeres así castigadas también fue vencida Minerva, hasta el punto de no poder favorecer a las que habían votado en su favor para que, ya que habían perdido la potestad de poder votar en lo sucesivo, y veían excluidos los hijos de los nombres de mis madres, pudiesen éstas siquiera llamarse ateneas, y merecer el nombre de aquella diosa a quien ellas hicieron vencedora, con sus votos, contra un dios varón.
Según este mito, el pueblo de Atenas, reunido en la cumbre de la Acrópolis, debía elegir uno de los regalos que los dos dioses les ofrecieran. Atenea sembró un olivo, y Poseidón, golpeando la tierra con su tridente, creó un inmenso mar salado que espantó a las mujeres. Esto les hizo entregar mayoritariamente su voto a Atenea. En lugar de aceptar su derrota con dignidad, Poseidón resultó ser un doloroso perdedor. Según Apolodoro, Poseidón, enfurecido, inundó la llanura de Thriasian y puso a Atica bajo el mar.
Dejemos Grecia, y viajemos ahora hasta el Oriente Próximo, donde nos encontramos con el mito judeo-cristiano-musulmán del diluvio de Noé.
Si recordamos la conocida historia, una vez que se detiene la lluvia, y el arca queda varada en la cima del monte Ararat, Noé liberó un cuervo para comprobar si había tierra firme más allá de la cumbre de ese monte. El retorno precipitado indicaba que las aguas aún no habían bajado lo suficiente. Más tarde, envió una paloma, que volvió con una rama de olivo en el pico, pero no encontró suficiente terreno como para rehacer su vida de una forma natural.
Si nos detenemos a analizar este pasaje, nos daremos cuenta de dos cosas. La primera, que la primera naturaleza viva hallada tras el diluvio es un olivo. Se podría decir que este árbol es el primer ser vivo creado tras la eliminación de todo rastro de vida. Estamos ante una de las funciones de un axis mundi, o lugar de la creación.
En segundo lugar, este olivo aparece cuando descienden las aguas, pero todavía no había ningún otro árbol, por grande que fuera. Esto nos da un indicio de que ese olivo se encontraba en lo más alto de un monte, es decir, en un Monte de los Olivos. Y, al igual que ocurrió con el oráculo de Delfos, también un ave es en este caso la enviada para hallar el ombligo del mundo, el lugar donde surge la primera vida tras la destrucción completa. Otro Monte de los Olivos conectado con un Diluvio y con la creación.
Seguimos con otro monte donde nació otro dios que ya nos va sonando, Dioniso.
Recordemos que este dios renació de su muerte en el muslo de Zeus, o, en griego, Meros. Un discípulo de Platón, el filósofo y botánico Teofrasto, en el libro IV de su obra Historia de las plantas, reconoce que se trataba de un monte, el monte Mero, y esto lo comenta en un contexto en el que, por supuesto, aparece el olivo:
Por ejemplo, dicen que la hiedra y el olivo no se crían en Asia, en la parte norte de Siria que está alejada del mar cinco días. Pero que, en cambio, aparece la hiedra en el monte llamado Mero, de donde, según la leyenda, era Dioniso.
Luego tenemos el Monte de los Olivos por excelencia, aquel por el que Jesús sentía una especial predilección, donde se retiraba a meditar cuando visitaba Jerusalén, donde enseñaba en secreto a sus discípulos, el lugar desde el que ascendió a los Cielos, y el que eligió para materializar su segunda venida.
También en este lugar hay una Roca Sagrada, aquella que, según la tradición, tiene grabadas las huellas de los pies de Jesús en el momento de su Ascensión. Se encuentra protegida por un edificio semejante al que encierra la Roca Fundacional en el monte Sión, la Cúpula de la Roca. Se trata de una pequeña capilla originalmente construida en forma circular, alrededor de esta roca, y con el techo abierto al cielo; aunque posteriormente se le dio forma octogonal y se cubrió con una cúpula. Este edificio es conocido como la Cúpula de la Ascensión.
También este Monte de los Olivos está relacionado con la destrucción y la esperanza de resurgimiento. En el libro bíblico 2 Samuel 15, se narra cómo Absalón se rebeló contra su padre, el rey David, obligando a este a abandonar Jerusalén, acompañado de toda la población y del Arca de la Alianza. Cuando se encontraban lejos del alcance de la destrucción de Absalón, David reflexionó y decidió que el Arca permaneciese en Jerusalén, a la espera del retorno de sus habitantes a una nueva vida tras el cataclismo. Esta esperanza se manifestó en la cima del Monte de los Olivos, a donde, tanto el rey David como todo el pueblo de Jerusalén, subieron para contemplar, con lágrimas en los ojos, su desolada ciudad:
Y la conspiración se hizo poderosa, y aumentaba el pueblo que seguía a Absalón. 13 Y un mensajero vino a David, diciendo: El corazón de todo Israel se va tras Absalón. 14 Entonces David dijo a todos sus siervos que estaban con él en Jerusalén: Levantaos y huyamos, porque no podremos escapar delante de Absalón; daos prisa a partir, no sea que apresurándose él nos alcance, y arroje el mal sobre nosotros, y hiera la ciudad a filo de espada.
…
25 Pero dijo el rey a Sadoc: Vuelve el arca de Dios a la ciudad. Si yo hallare gracia ante los ojos de Jehová, él hará que vuelva, y me dejará verla y a su tabernáculo. 26 Y si dijere: No me complazco en ti; aquí estoy, haga de mí lo que bien le pareciere.
…
29 Entonces Sadoc y Abiatar volvieron el arca de Dios a Jerusalén, y se quedaron allá. 30 Y David subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían.
Y hemos dejado para el final el que nos parece el Monte de los Olivos que le da sentido a toda esta investigación, aquél que le da nombre al famoso ídolo templario, el Baphomet.
Antes hemos hablado del monte Mero, donde nació Dioniso. En el antiguo Egipto, también usaban la palabra Meru para referirse a las montañas, entre las que se encontraban un tipo muy especial, unas montañas artificiales muy conocidas, las pirámides.
En el idioma egipcio, el plural de los nombres masculinos se forma añadiendo la terminación –w, o lo que es lo mismo, –u, a la palabra en singular, y los femeninos, con –wt, o -ut. Así, esta palabra Meru es el plural de la palabra Mer, y tiene varios significados.
Si acudimos al Egyptian Hieroglyphic Dictionary, editado por Sir Ernest Alfred Wllis Budge, podemos ver:
En la página 311: Mer, meru: Desierto, plano, montaña.
En la página 314: Mer: Amen(ti). Pirámide, tumba.
En la página 314: Mer: Conjunto de agua, lago, piscina, cisterna, reservorio, cuenca, canal, inundación, diluvio, arroyo.
Nos encontramos con que la palabra Mer significa tanto diluvio, como pirámide o montaña, componentes que nos encontramos en cualquier axis mundi. Solo nos faltaría el olivo. Y lo tenemos.
Acabamos de decir que el plural egipcio se forma con la desinencia –w, o –u. En singular, olivo es Baq:
El plural de Olivo es Baqhu, o Bakhu. El egiptólogo inglés Gerald Massey, en su obra Ancient Egypt: The Light of the World, nos confirma esto. Massey traduce el nombre de un monte mítico egipcio, Bakhu, como Olivos, en plural, y lo pone en relación con el homónimo de Jerusalén:
El monte Bakhu, que había sido nombrado en egipcio por el Olivo del Alba como una cumbre celestial, se localizó en Olivet, la montaña hacia el este. Este, como solar, era el único monte del mito; y en los Evangelios, aunque el monte se menciona varias veces, y aparentemente en diferentes localidades, no se le da más que un nombre, el de Monte de los Olivos = Bakhu, el monte solar, el único monte típico, el monte egipcio, equivalente al horizonte, como cumbre de la tierra y figura de la ascensión al cielo.
De modo que, si Bakhu significa Olivos, y Mer significa Monte, tenemos que BakhuMer, pronunciado Bahumer, con hache aspirada, significa Monte de los Olivos. Y nos encontramos con una palabra que es casi idéntica a Bafumet, una de las formas con las que conocemos al famoso ídolo templario.
El monte Bakhu es, por añadidura, el axis mundi de los egipcios, y, como buen axis mundi, contiene todos los ingredientes ya conocidos. El olivo ya lo hemos tratado. Pero, además, cerca de su cumbre, este monte alberga una Roca Sagrada, semejante a la Roca Fundacional del monte Sión; a la Roca de la Cúpula de la Ascensión, en el Monte de los Olivos; el Ónfalo de Delfos; la Roca Sagrada de Atenas. Se trata del templo del dios cocodrilo Sobek, hecho de una piedra preciosa, la cornalina.
Este templo no se encuentra en la misma cumbre porque en ella reside Apofis, una serpiente que representa el caos y cada noche trata de destruir la Creación. Esta destrucción es evitada por Ra, el dios solar, en una lucha eterna con la serpiente. De este modo, cada vez que sale el sol, significa que Ra ha ganado una batalla más, por lo que se creía que esta victoria significaba una nueva creación del mundo por parte de Ra. La imagen de la Creación del mundo, pues, está íntimamente ligada a este axis mundi.
Y, si en la Acrópolis de Atenas; el monte Parnaso, en Delfos; en el monte Sión y monte de los Olivos, en Jerusalén; tenemos presente a Dioniso, de forma directa o indirecta, también en el Bakhu egipcio aparece otra figura idéntica a él.
En los Textos de las Pirámides, de contenido semejante a los de los Sarcófagos, nos encontramos con el conjuro 222, que habla del dios cocodrilo Sobek, el señor de Bakhu:
Unis ha venido aquí antes de la inmersión de la inundación: Unis es Sobek, verde de plumaje, de rostro alerta y frente alzada, el salpicador que salió del muslo y la cola de la gran diosa a la luz del sol. Unis ha venido a sus canales en la orilla de la inundación en la Gran Inmersión, al lugar de descanso con pantanos verdes en Akhet, para que Unis pueda volver verde la vegetación en las orillas de Akhet, para que Unis pueda obtener la fayenza del Gran Ojo en medio del pantano, para que Unis pueda recibir su asiento que está en el Akhet. Unis ha aparecido como Sobek, el hijo de Neith. Unis comerá con la boca, Unis orinará y Unis copulará con su pene. Unis es el señor del semen, que lleva a las mujeres de sus maridos al lugar que le gusta a Unis según la fantasía de su corazón.
Este magnífico texto nos cuenta una serie de características de Sobek que, sin ninguna duda, son aplicables a Dioniso. Lo más importante es el nacimiento. Si Dioniso nació por segunda vez del muslo del Gran Dios Zeus, Sobek nace del muslo de la Gran Diosa. La fayenza del Gran Ojo es un amuleto del Ojo de Horus fabricado con cerámica vidriada. El dios Horus lo utilizó por primera vez para devolver la vida a su padre Osiris, y se utilizaba para curar enfermedades. Sobek necesita obtener este amuleto para interceder ante Horus, y que resucite lo que la Gran Inundación aniquiló, devolviendo el verdor a la vegetación.
En las Dionisíacas, de Nono de Panópolis, Dioniso ruega a los dioses que resuciten a su amante Ámpelo, muerto por la cornada de un toro. Estos ruegos son escuchados por una de las Tres Moiras, Átropos, que, compadecida, lo resucita en forma de parra verde:
Y en ese momento un gran portento apareció ante la presencia de Baco, que aún se lamentaba. Pues el amado cadáver se irguió, como una víbora que repta, hasta tomar por sí solo su propia forma. Así llegó a ser la dulce flor. En la transformación del cadáver su estómago se convirtió en un enorme tronco; sus manos crecieron como ramas, mientras sus pies echaron raíces; sus bucles eran racimos y su piel de cervato se tornó en la flor multicolor del fruto creciente; su esbelto cuello, en un ramo de vides. Y la curva rama de su brazo se extendió rebosante de racimos. Su cabeza cambió la forma de sus cuernos por la de redondeados racimos; y aparecieron innumerables filas de plantas. El jardín de vid enroscaba sus verdes retoños, hasta rodear a los vecinos árboles con el nuevo fruto del vino.
El mismo texto admite que fue la intercesión de Dioniso la que consiguió la resurrección:
Está vivo, tenlo por seguro, tu muchacho, y no ha de atravesar las aguas del Aqueronte; tu queja logró hacer revocables los inflexibles hilos del Destino, que no cambia su rumbo. Ámpelo está vivo, aunque haya muerto. Yo convertiré a tu niño en un dulce néctar, que enciende el deseo de beber.
Incluso la última frase, Unis es el señor del semen, que lleva a las mujeres de sus maridos al lugar que le gusta a Unis según la fantasía de su corazón, es indudablemente dionisíaca, pues, como leemos en Bacantes de Eurípides:
Por eso ahora las he aguijoneado fuera de sus casas a golpes de delirio, y habitan el monte en pleno desvarío. Las obligué a llevar el hábito de mis misterios, y a toda la estirpe femenina de los Cadmeos, a todas las mujeres, las saqué enloquecidas de sus hogares. Arremolinadas junto a las hijas de Cadmo bajo los verdes abetos, se echan sobre las peñas a cielo abierto.
Ya no nos puede caber ninguna duda de que Sobek cumple las funciones de Dioniso en la mitología egipcia. Y, con este ingrediente, ya tenemos todos los requisitos exigidos para que el monte Bakhu sea un auténtico axis mundi.
Aparte de lo aportado en este estudio, este monte tiene otras implicaciones que van más allá de este trabajo, pero que pronto desvelaremos.
En resumen, tras lo anteriormente expuesto, podemos concluir que, efectivamente, es muy probable que los caballeros templarios adorasen a un ídolo ajeno a la Cruz que juraron defender. Pero, y estamos convencidos de ello, esta práctica, lejos de estar motivada por un alejamiento efectivo de la doctrina cristiana, era más bien el rechazo a un símbolo que representase a una parte de la humanidad, enfrentada al resto, considerada hereje.
Más bien consideramos que este Baphomet no era
más que una réplica de la Roca Sagrada que la Orden había estado adorando en lo
que fue su Cuartel General, de la que, probablemente, se sentían responsables,
pues no era patrimonio exclusivo de una única religión. Se limitaron a llevar a
sus delegaciones territoriales ese símbolo que representaba a todas las
religiones del Libro por igual: judíos, como el lugar donde Jacob vio la Casa
de Dios, Musulmanes, como el punto donde su profeta Mahoma ascendió al Cielo; y
cristianos, como el templo en el que Jesús oró a su Padre. Ni un crucifijo, ni
un hexagrama ni una media luna podía unir a los que, sin duda, somos hermanos
en humanidad. Si hicieron lo que hicieron fue porque ¡Deus lo vult!
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