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Sobre este blog

 
Cuando en el año 2015 decidí cumplir mi sueño de crear un libro, lo primero que me planteé fue qué quería escribir. Al final pequé de ingenuo, y me propuse convertirme en  un best seller; y, sin duda, el género que en los últimos tiempos produce más best sellers es la novela histórica. A ello me lancé. Decidí buscar un personaje atractivo, Alejandro Magno, y escudriñar en su vida para buscar algún hecho inexplicable sobre el que tejer una trama de secretos que podrían cambiar el curso de la Historia -nótese la ironía-.
 
Y lo encontré. En una carta que el famoso general macedonio le escribió a su maestro Aristóteles, reconoció algo sorprendente: "Yo, en verdad, preferiría sobresalir por el conocimiento y la práctica de las cosas excelentes a sobresalir por mi poder". ¿Cómo era posible que uno de los hombres más poderosos de la Historia prefiriese el estudio de materias profundas al imperio que había conquistado? Ya tenía libro.
 
Pero cometí un segundo error. Todas las novelas de cierto contenido mistérico te dicen lo mismo: el protagonista va detrás de un secreto que puede cambiar el curso de la Historia -¿os suena de algo?-. Al final, o no te revelan nada, o se inventan extravagantes teorías que incluyen esposas de Jesucristo o tesoros templarios. Yo no iba a hacer igual; yo buscaría un misterio real que poder revelar en esta obra. Busqué y busqué, y para ello utilicé una técnica que es el Santo Grial de la investigación: que el bosque no te impida ver el árbol. Entonces apareció el filósofo alemán Karl Jaspers y su Era axialuna etapa entre los siglos VIII y II a.C., en la que,  en tres lugares del mundo aparentemente desconectados entre sí -Occidente, India y China-, apareció una misma línea de pensamiento. Según Jaspers, lo humano, como lo conocemos hoy, nació entonces. Era como si alguien hubiese surgido de algún lugar desconocido y hubiese difundido a los primitivos hombres de aquella época conceptos elevados.
 
A partir de ahí, mi ansia por descubrir algún atisbo que pudiese explicar aquel inexplicable hecho me llevó a crear dos libros en uno; por un lado, la vida de Alejandro Magno, en la que encontré enigmas que por sí solos ya se merecen un libro independiente; y por otro, toda una larga serie de descubrimientos inesperados. Y ese fue mi tercer error, tratar de meterlos todos en el mismo saco.
 
Cuando La estirpe de la serpiente salió a la luz, descubrí que me había equivocado, que debería haber escrito dos obras diferentes, la novela de Alejandro y un ensayo con todos los descubrimientos. Ese es mi próximo proyecto.
 
Pero mientras se publica ese ensayo, debo ayudar a los lectores de La estirpe de la serpiente a comprender todo lo que encierra en su seno. Y ese ha sido el motivo de acometer este blog. Poco a poco iré publicando artículos en los que explicaré con más claridad las investigaciones que he incorporado en la novela, como por ejemplo, qué importancia tiene para Occidente el monte Kailash, la montaña más sagrada del Himalaya; o qué misterios encierra el zodíaco egipcio de Dendera. Estos artículos se complementarán con los videos que poco a poco iré elaborando y subiendo a mi canal de Youtube, y los audios que pretendo colgar en plataformas de podcast, como Ivoox.
 
Finalmente, todo este material lo he puesto bajo la protección de la imagen que encabeza el blog, Harpócrates, el Horus niño nacido de forma prematura, símbolo de la discreción hermética.

En la misteriosa Alejandría ptolemaica, la nueva cultura helenística transformó la Sagrada Familia egipcia de Isis, Osiris y Horus. El dios padre, al que los nativos egipcios representaban con un objeto llamado Cama de Osiris, fue convertido en Serapis, cuya estatua mostraba un busto del dios griego Hades coronado con un almud, o celemín, en lo alto de la cabeza; y el Horus Niño fue sustituido por Harpócrates.

Cama de Osiris

Serapis

Según Plutarco, Harpócrates, que nació prematuro el día del solsticio de invierno, se considera conductor y guía de la razón inmadura, corrector de las nociones equivocadas que los hombres tienen de los dioses; tal es el motivo de que lleve el dedo en los labios en señal de silencio y discreción. Tal gesto le valió convertirse en el símbolo preferido de los hermetistas, aquellos que manejan secretos sólo reservados a iniciados

Sin embargo, otro ilustre alejandrino -aunque fuera de adopción-, el evangelista San Marcos, primer obispo y fundador de la Iglesia de Alejandría, nos advirtió de que ese silencio y discreción no deben entenderse eternos:

También les dijo: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. (Marcos 4:21)

De este modo, considero que, con permiso de Harpócrates, puedo dar a conocer, esta vez sí, secretos que podrían cambiar el curso de la Historia -ahora sin ironía-. Ha llegado el momento de colocar la luz en el candelero.