Menú

30 noviembre 2020

Los servicios secretos de Alejandro Magno (II)

  Safe Creative #2205151143936

Cuando Darío decidió enfrentarse con los griegos en el río Issos, pensó que aquello sería algo parecido a una apacible jornada de cacería. Tal vez por eso, entre el contingente persa que partió de Babilonia, figuraba la familia real. Una vez finalizada la batalla, todos los miembros de ella fueron capturados y entregados a Alejandro, que los retuvo en su corte, pero no en calidad de prisioneros, sino de invitados; algo extraño, porque lo habitual en tales casos era ajusticiar a toda la estirpe real para evitar levantamientos y traiciones. A tal extremo llegó la relación, que, incluso la propia madre del rey Darío, Sisigambis, fue adoptada por Alejandro como su propia madre. La relación llegó a tal punto que, tras el fallecimiento de Alejandro, Sisigambis se dejó morir de inanición por el dolor que le causó tal pérdida.

Entre tan distinguidos huéspedes, figuraba un personaje cuya relación de parentesco con la dinastía persa era lejana. Se trataba de Barsine, la hija de Artabazo II, sátrapa de Frigia Helespóntica, y esposa de un personaje del que ya hemos hablado más arriba, Memnón de Rodas, el general mercenario que dirigió las tropas persas en la batalla del Gránico. Sí, hemos dicho la esposa de Memnón; pero habría que añadir que, antes de contraer matrimonio con el mercenario, Barsine había estado casada con un hermano de este, Méntor de Rodas.

¿Y qué hacía una prima tercera o cuarta, de las muchas que tenía el rey, viviendo en la corte más poderosa del momento? Pues, al parecer, tan dulce encierro tendría como finalidad garantizar la fidelidad de Memnón en sus enfrentamientos con Alejandro. La pregunta que viene a continuación tendría toda la lógica: ¿cómo es posible que el rey Darío nombrase jefe del ejército que debía evitar la invasión griega, a una persona en la que no confiaba plenamente? Es más, ¿por qué le entregó la defensa de su imperio a toda una familia de traidores?

Todo queda en familia

Grecia era, sin duda, el principal enemigo de Persia. A pesar de los históricos enfrentamientos que ambas potencias habían protagonizado, bien directos, como las guerras médicas, bien indirectos, apoyando a unas polis frente a otras de cara a desestabilizar las posibles alianzas panhelénicas, lo cierto es que, a diferencia de pueblos tan antiguos como el fenicio o el egipcio, la Hélade jamás llegó a formar parte del extenso imperio aqueménida. Y, aunque nunca había representado un serio peligro para la integridad persa, la continua reivindicación de la helenidad de las polis situadas en Asia Menor hacía recelar a los sucesivos reyes persas.

Esta circunstancia hacía que las satrapías occidentales fuesen de una importancia capital en la defensa del imperio. Sin embargo, esta ventaja representaba, paradójicamente, un peligro para la estabilidad del impero. El hecho de ser tierra de frontera propiciaba que sus gobernadores mantuviesen estrechos contactos con las distintas monarquías griegas, por lo que disponían de los aliados perfectos para plantarle cara al poder central de Babilonia. Un ejemplo de esto lo tenemos en la Expedición de los Diez Mil, un ejército de mercenarios griegos que reclutó el sátrapa de Lidia, Ciro el Joven, hermano menor del rey Artajerjes II, con quien se enfrentó en la batalla de Cunaxa para arrebatarle el trono.

De todas ellas, la que ocupaba la posición más estratégica era la de Frigia Helespóntica; y aquí es donde arranca la extraña historia del águila amarilla de Alejandro.

Su situación, al sur del estrecho del Helesponto, la hacía el lugar más vulnerable de todo el imperio, pues, como después se demostró, ese era el mejor punto para pasar tropas del continente europeo al asiático.

Durante la Expedición de los Diez Mil, el rey Artajerjes II se dio cuenta del poder militar de los griegos, que, con mejor preparación y disciplina, habían derrotado fácilmente al ejército persa en la batalla de Cunaxa. Incluso, cuando, tras la muerte de Ciro el Joven en la batalla, los mercenarios griegos se batían en retirada hacia su tierra, no pudieron ser exterminados, pues las tropas persas que los perseguían no se atrevían a plantarles cara en un enfrentamiento directo.

En esa época, la satrapía de Frigia Helespóntica estaba gobernada por Farnabazo II. En ese periodo tuvo lugar la Guerra de Corinto, que enfrentó a Atenas con Esparta. La intervención en la sombra de Farnabazo II, le valió el reconocimiento del rey Artajerjes, que le concedió a su hija Apame como esposa, y le encomendó la misión de reconquistar Egipto para el Imperio.

De este matrimonio nació Artabazo II, nieto del rey, y legítimo heredero de la satrapía frigia.

Al marchar hacia Egipto, y ante la minoría de edad de Artabazo, se nombró sátrapa regente de Frigia Helespóntica a Ariobarzanes, un hermanastro o tío –no hay datos que determinen el parentesco- de este.

Cuando Artabazo cumplió la edad para recibir la satrapía, Ariobarzanes se negó a entregársela. Ante la insistencia del rey, decidió unirse a una revuelta conocida como la Revuelta de los Grandes Sátrapas, que había iniciado Datames, el gobernador de Capadocia. Esta revuelta fue sofocada, y Ariobarzanes, traicionado por su hijo Mitríades, fue torturado y crucificado.

Ya tenemos a Artabazo II, el padre de la joven que fue capturada por Alejandro en Issos, dirigiendo la satrapía de Frigia Helespóntica.

En 358 a.C., al morir Artajerjes II, un hijo de este, Oco, que reinó con el nombre de Artajerjes III, ascendió al trono tras deshacerse de todos sus hermanos con más preferencia dinástica; unos con la fuerza, y otros con argucias.

Cuando llegó al poder, decidió gobernar sin la tibieza de sus antepasados, que le perdonaron la vida a aquellos que los habían traicionado. En lugar de eso, Artajerjes III exterminó a todos los que pudiesen conspirar contra él. El siguiente paso era desactivar a las peligrosas satrapías occidentales. Conociendo la superioridad militar de los ejércitos griegos, y que, en muchas ocasiones, estos servían como mercenarios para los sátrapas occidentales, Artajerjes ordenó la disolución de tales fuerzas mercenarias, aún a sabiendas de que dejaba desguarnecida la primera línea de defensa del imperio.

Llegan los misterios

En ese contexto, el único sátrapa que se niega a  desmovilizar a sus tropas mercenarias es Artabazo II, que, con un ejército infinitamente inferior al imperial, decide hacerse fuerte en su territorio, y enfrentarse al rey. Esta es la primera de las muchas acciones que nos desconciertan. No se entiende cómo, aquél que recibió la ayuda del rey para ocupar la satrapía, y que tenía la experiencia de la cruel muerte de su antecesor, Ariobarzanes, se atrevió a desafiar a alguien contra el que no tenía la más mínima posibilidad. De hecho, como ya hemos dicho más arriba, la propia Atenas, que acudió a apoyar al sátrapa, cuando recibió la amenaza de Artajerjes, decidió abandonar a su aliado sin presentar batalla.

Tampoco parecen muy lógicas las razones esgrimidas por el rey, teniendo en cuenta que, unos años después, el mismo Artajerjes no dudó en recurrir a una fuerza de mercenarios griegos, liderados por Hidrieo, príncipe heredero de la satrapía occidental de Caria, para recuperar la isla de Chipre, que, junto con otras provincias, se habían proclamado independientes de Persia.

Las tropas rebeldes de Artabazo estaban dirigidas por dos hermanos de Rodas, Méntor y Memnón. Para sellar la alianza, ambas familias se unieron en sendos matrimonios. Artabazo se casó con una hermana se los dos generales, mientras que Méntor de Rodas hizo lo propio con Barsine, la hija del sátrapa.

En 353 a.C., tras la más que previsible derrota, la familia se exilió de Persia. Méntor, junto con su ejército, se dirigió a Egipto, a ofrecer sus servicios en la lucha que mantenía con el poderoso enemigo del norte.

Por su parte, su cuñado Artabazo, junto con el resto de la familia, incluidos su hija Barsine y el general Memnón, decidieron poner rumbo a Macedonia, la patria de Filipo, que los acogió en su corte con los brazos abiertos. Hasta tal punto llegó la confianza, que la princesa Barsine fue educada por Aristóteles, junto con el joven heredero al trono, Alejandro.

¿Por qué se quedó Memnón en Macedonia y no acompañó a su hermano a Egipto para ofrecer sus conocimientos militares? ¿Por qué fue Méntor el que se dirigió al sur, mientras su esposa se quedaba en Macedonia junto a su hermano?

Ahora comienza la segunda parte de los misterios. Cuando Méntor llega a Egipto, el faraón Nectanebo II lo envía a ayudar a la ciudad de Sidón, aliada de este, y que se había levantado contra el poder imperial. Una vez en la ciudad, consigue ganar en varias escaramuzas. Sin embargo, cuando Artajerjes se acerca a Sidón con un numeroso ejército, el general Méntor, el mismo que había apoyado a los rebeldes frigios y egipcios, en lugar de defender la ciudad, la entrega al rey sin presentar batalla. Y lo más sorprendente de todo es que, a pesar de su clara hostilidad hacia el poder central de Persia, Artajerjes, a quien no le tembló el pulso para ejecutar al rey de Sidón, Tabnit II, que aceptó la recomendación de rendición de Méntor, no sólo no lo eliminó por su clara enemistad, sino que le encomendó la misión de ocupar Egipto, el reino que lo había acogido tras su huída de Frigia, y del que conocía su estructura y potencial militar.

Como recompensa a tan grandes servicios, Artajerjes lo nombró comandante en jefe del ejército de Occidente, el mismo que tenía que hacer frente a una ya esperada invasión macedonia de Persia. Gran premio para tan gran traidor.

Volvamos a la familia del norte, aquellos que se refugiaron en Macedonia. Gracias al ¿cambio de suerte?, y la nueva influencia de Méntor ante el rey, en el 341 a.C., Artabazo, Memnón y Barsine son perdonados por Artajerjes y abandonan Macedonia hacia su nueva residencia, la corte imperial de Babilonia. Lo mismo que le ocurrió a Méntor con Egipto, junto a su equipaje, los dos hombres también portaban una importantísima información sobre la infraestructura militar de Macedonia y la estrategia de Filipo de cara a la invasión, que sería asumida por Alejandro tras la muerte de su padre, el viejo rey tuerto.

Así pues, Memnón retomó su vida militar como jefe de una pequeña guarnición, enviada para detener la inminente invasión. Como se ha dicho antes, no se entiende que, conociendo de primera mano las estrategias y la naturaleza del ejército macedonio, los terratenientes de las satrapías occidentales, las primeras en los planes de Alejandro, se negaran a seguir sus recomendaciones de tierra quemada que dejara sin las necesarias provisiones al ejército enemigo. Tampoco se entiende que, ante una invasión prevista, el rey no le hiciese frente con todo el ejército de Occidente que se había puesto a disposición de Méntor, aunque, en el momento de la invasión, este ya hubiese fallecido. Parecía como si toda la información de primera mano que, tanto Memnón como Artabazo –consolidado ya como consejero del nuevo rey Darío III–, poseían, no sirviese para nada. Alejandro seguía avanzando y los persas permanecían sin organizar un ejército similar al que Artajerjes III desplazó hasta la plaza de Sidón.

Conociendo el historial de traiciones de la familia de Artabazo, se podría pensar que, tras apresar a Barsine en Issos, Alejandro la ejecutaría, como hizo con la familia de Átalo, el general que lo insultó en los esponsales de Filipo, tras el fallecimiento del rey macedonio. Lo mismo podría haber hecho con su padre Artabazo, que se supone que faltó a los mínimos principios de agradecimiento por la hospitalidad recibida en Macedonia, y reveló los secretos militares de Alejandro. Pero, si eso fue así, si Artabazo, tras ser perdonado, abandonó Macedonia, ¿cómo es que no fue ejecutado por Filipo por los conocimientos secretos que poseía? Era evidente que, tras marchar a Persia, sería requerido por el rey para que lo informara de las tácticas desarrolladas por Filipo, y que habían sido tan eficaces en sus luchas contra las eficaces tropas griegas.

Pero, no. Alejandro no ejecutó a ningún miembro de la familia de Artabazo. Más bien al contrario. Aprovechando los conocimientos del mundo persa y las habilidades diplomáticas de Barsine, la nombró su consejera. Y a su padre, a pesar de haber sido el asesor militar de Darío en la guerra, lo recompensó con la mejor satrapía, Bactriana, el territorio más deseado por nobles persas. Nuevamente, un traidor es premiado por aquél a quien traicionó. Todo un poco extraño.

La hipótesis

A la vista de los hechos expuestos, propondremos una hipótesis.

Tras la batalla de Cunaxa, los persas se dieron cuenta de que el ejército griego era mucho más eficaz que el propio. Como consecuencia, Artajerjes II decidió eliminar cualquier vestigio de mercenarios griegos de su territorio, pero eso no sería una solución a largo plazo; las polis de Asia Menor eran una reivindicación permanente de las ciudades europeas, y estas se encontraban demasiado cerca de sus costas. Además, en la frontera norte del imperio acababa de surgir un peligroso enemigo, Macedonia, que amenazaba con ejecutar el mayor deseo heleno, invadir Persia.

Imaginemos que Artajerjes II diseñó un plan a largo plazo. El sátrapa de Frigia Helespóntica, Artabazo II, iniciaría un levantamiento imposible de ganar. Para evitar las represalias, se exiliaría a la corte macedonia de Filipo, junto con su hija Barsine y el general Memnón de Rodas. El esposo de la princesa, Méntor, con su ejército de mercenarios griegos, se dirigiría hacia el sur, para ofrecer sus servicios a Egipto. De este modo, con un general en cada extremo del imperio, simulando ser rebeldes exiliados, conseguirían la simpatía de los respectivos reyes. Esta ventaja les serviría para acceder a los secretos militares de ambas potencias.

Con esta teoría, se explicarían muchas cosas: la entrega de la ciudad de Sidón por parte de Méntor, que fue perdonado, mientras que el rey Tabnit II y un buen número de sidonitas fueron ejecutados; la incorporación de sus 40.000 mercenarios griegos al ejército persa, cuando fue, precisamente, su prohibición, el motivo por el que se rebeló Artabazo;  la posterior invasión de Egipto dirigida por Méntor; o la concesión a este general del mando del imponente ejército de Occidente, destinado a defender al imperio de la esperada invasión griega.

Recordemos que Méntor se había casado con la hija de Artabazo, Barsine, aunque, por su minoría de edad, el matrimonio no fue consumado. Una vez que logró posicionarse como alto cargo de Persia, estaba en disposición de solicitarle al rey el retorno de su esposa, su hermano y su suegro. Estos, que también conocían los secretos de Macedonia, fueron perdonados, y se incorporaron al imperio. Memnón fue destinado como comandante en jefe de la sección norte del ejército que había dirigido su hermano. Por su parte, Artabazo y Barsine se instalaron en la corte de Babilonia. El primero, en calidad de consejero militar del rey, debido a su conocimiento del ejército macedonio; y su hija, en teoría, como rehén del propio rey, algo desconcertante.

Al producirse la invasión griega, sería de esperar que el ejército persa se hubiese preparado para contrarrestar el modo de combate del enemigo. Sin embargo, en cada enfrentamiento actuaron como si fuesen novatos en el arte de la guerra. Y aquí viene la segunda parte.

El gobierno de una satrapía concedía más prestigio y fortuna que el alto funcionariado de la corte; sin embargo, las mejores satrapías estaban en manos de familiares cercanos al rey. De todas ellas, la más importante era la de Bactriana. Como escribe el doctor Manel García Sánchez, profesor de la Universidad de Barcelona, en un artículo titulado The Second after the King and Achaemenid Bactria on Classical Sources (El Segundo tras el Rey y la Bactria Aqueménida en las Fuentes Clásicas)

The government of the Achaemenid Satrapy of Bactria is frequently associated in Classical sources with the Second after the King. Although this relationship did not happen in all the cases of succession to the Achaemenid throne, there is no doubt that the Bactrian government considered it valuable and important both for the stability of the Empire and as a reward for the loser in the succession struggle to the Achaemenid throne.

El gobierno de la Satrapía Aqueménida de Bactria se asocia frecuentemente en fuentes clásicas con el Segundo después del Rey. Si bien esta relación no se dio en todos los casos de sucesión al trono aqueménida, no cabe duda de que el gobierno bactriano la consideró valiosa e importante, para la estabilidad del Imperio, y como recompensa para el perdedor en la lucha por la sucesión al Imperio.

Probablemente, Artabazo II pensó que podría hacer mejor carrera convirtiéndose en agente doble. De haber ayudado a Darío III, se habría perpetuado en la corte babilonia como asesor personal del rey en materia macedonia, con lo que hubiese acabado sus días como un alto funcionario más.

Tal vez, durante su estancia en Macedonia, llegó a una especie de acuerdo con Filipo y, tras su muerte, con Alejandro. Es posible que aconsejara erróneamente a Darío para facilitar la victoria de Alejandro. Tal vez por eso, fue recompensado con la satrapía de Bactriana. Tal vez por eso, cuando su hija Barsine fue capturada en Issos, no sufrió las represalias de Alejandro por la traición cometida por su padre y esposo. Tal vez por eso, Alejandro no durmió la noche anterior a la batalla de Gaugamela. Tal vez por eso, cuando las tropas macedonias entraron en Persépolis y saquearon el tesoro de Darío, Alejandro confió en Cofen, un hijo de este, la escolta de dicho tesoro hasta Babilonia. Tal vez por eso, Lucio Flavio Arriano escribió en su Anábasis de Alejandro estas palabras:

Y, poco después, llegaron a presentarse ante Alejandro el persa Artabazo con tres de sus hijos, Cofen, Ariobarzanes, y Arsames, acompañado por Autofrádates, sátrapa de Tapuria, y enviados de los mercenarios griegos al servicio de Darío. A Autofrádates se le restauró en su cargo de sátrapa, pero a Artabazo y sus hijos los mantuvo el rey en su entorno intimo, en una posición de honor, tanto por su fidelidad a Darío como por ser uno de los principales nobles de Persia.

Tal vez por eso, Oliver Stone presentó a Alejandro mirando al cielo durante su ataque en Gaugamela. Quizás, en efecto, había un águila amarilla que, tras abandonar Persia para adentrarse en las inhóspitas tierras indias, lo abandonó; y, quizás, ese fue el motivo por el que el invencible rey macedonio fue derrotado por los indios.

Tal vez, Alejandro pasó a la historia gracias a sus infalibles sus servicios secretos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario