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23 noviembre 2020

Los servicios secretos de Alejandro Magno (I)

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Cuando en 323 a.C. Alejandro Magno muere en Babilonia, dejó un legado nunca antes visto. Su imperio iba desde la actual Albania hasta Egipto; y desde el Mediterráneo hasta India. Logró tener bajo su protección al panteón griego, los dioses egipcios, mazdeístas persas, animistas bactrianos e hinduistas del norte de la India. Su empeño en preservar e integrar las distintas tradiciones con las que se iba encontrando le supuso la animadversión de sus compañeros de armas, lo que, a la postre, le supuso el fin de su sueño de encontrar el fin del mundo oriental.

Sin duda, tal proeza se debió en buena parte a su capacidad militar, demostrada en mil batallas. Sin embargo, cuando nos adentramos en la historia y la observamos desde la objetividad, sin dejarnos deslumbrar por el brillo que desprenden las grandes gestas, nos percatamos de que hay cosas que no encajan con la vida real.

En este punto nos gustaría centrarnos en la parte fundamental de la invasión macedonia de Persia, las batallas que Alejandro libró antes de la derrota y muerte de Darío III. ¿De verdad el famoso general logró derrotar al poderoso ejército persa, formado por 250.000 soldados, y en un terreno preparado a conciencia, con una fuerza de apenas 30.000 infantes y 5.000 caballeros?

En la película Alejandro Magno[1], de Oliver Stone, aparecen un par de escenas sobre las que, al comienzo de la cinta, el faraón Ptolomeo reclama atención. Cuando está a punto de comenzar la batalla de Gaugamela, decisiva para los objetivos helenos, mientras Alejandro arenga a sus tropas, señala con el dedo al ejército enemigo. Justo en ese momento, la imagen de Alejandro  se fusiona con la de un águila, que parte desde sus propias líneas, y se dirige hacia el frente persa para otear el impresionante despliegue dispuesto por Darío. Poco después, mientras tiene lugar la batalla, el ave vuelve a aparecer en  el escenario, vuelo  al que presta especial atención Alejandro  mientras  cabalga con su unidad de caballería ligera, y que parece servirle de referencia, pues, tras mirar al cielo, ordena un cambio en la estrategia de ataque. Y todo ello, envuelto en un sospechoso color amarillo, el color que simboliza la traición, y que fue el elegido para representar a Judas durante la Edad Media.

 

Imagen 1

Imagen 2

La segunda escena se desarrolla en el Hindu Kush, mientras  Alejandro se sincera con su medio hermano Ptolomeo. En ese momento, vuelve a mirar al cielo buscando algo, y formula una extraña pregunta que deja perplejo al futuro faraón: ¿Adónde habrá ido nuestra águila?

¿Por qué Oliver Stone utilizó en el territorio persa la imagen de un águila, la misma que forma parte del emblema de la agencia federal estadounidense encargada de recopilar información para garantizar la seguridad de la nación norteamericana, la CIA? Algunos interpretan este símbolo con el de Zeus, el dios del que Alejandro decía ser hijo; pero, ¿por qué cuando estaba a punto de entrar en India, el ave abandonó a los griegos para no volver? ¿Acaso el director tenía alguna sospecha que deseaba transmitirnos en su película? ¿Es posible que intuyera, como nosotros, que Alejandro, además de las tropas de exploradores, utilizó servicios más discretos?

Evidentemente, es imposible saber a ciencia cierta si esto ocurrió. De lo que no cabe ninguna duda es de que toda la invasión estuvo plagada de situaciones, cuando menos, desconcertantes. A continuación, pasaremos a describirlas para, al final, proponer una hipótesis bastante plausible, a nuestro parecer.

El paso del Helesponto

El primer gran misterio de la invasión griega de Persia es el paso de las tropas de Alejandro desde el continente europeo al asiático, a través del estrecho del Helesponto.

En mayo de 334 a.C., el ejército griego atraviesa el escaso kilómetro y medio que separa Europa de Asia, partiendo de la ciudad de Sestos. Para esta operación, se utilizaron ciento setenta trirremes, que tuvieron que realizar numerosas travesías para transportar a todo el contingente, formado por algo menos de 40.000 soldados.

Lo sorprendente de este operativo es que, durante su desarrollo, ninguna nave de la poderosa flota persa hizo acto de presencia para tratar de abortar lo que, desde hacía más de doce años, era un secreto a voces.


 

Paso del Helesponto

El deseo de conquistar Persia flotaba en el ambiente desde antes de 346 a.C., año en que Atenas firma con Filipo II de Macedonia la Paz de Filócrates, en la que es declarado hegemón, caudillo militar encargado de aglutinar a las distintas polis que conformaban la Hélade, y guiarlas en la conquista de su eterno enemigo. Desde ese momento hasta que se culmina la invasión con Alejandro, los movimientos griegos eran evidentes. Así, el 336 a.C., Filipo envía un ejército de 10.000 soldados, liderado por los generales Parmenión, Átalo y Amintas, a Asia Menor como cabeza de puente, para preparar el desembarco.

 Persia, la mayor potencia militar de ese momento, tenía conocimiento de estos movimientos. No en vano, el imperio contaba con un eficiente servicio de mensajería a caballo, que era capaz de recorrer los 2.700 kilómetros del Camino Real Persa en siete días. El mismo Heródoto llegó a decir de este servicio: No existe nada en el mundo que viaje más rápido que estos mensajeros persas. Sin duda, los diferentes reyes de Babilonia debían de conocer dichas intenciones, y el punto en el que se produciría el desembarco. ¿Por qué no enviaron su magnífica flota para cortar de raíz la invasión? No debemos olvidar que unos años antes, cuando el sátrapa Artabazo II de Frigia –del que más adelante hablaremos- se levantó en armas contra el poder central de Babilonia, apoyado por fuerzas de Atenas, a Artajerjes III le bastó con amenazar a los aliados griegos con enviar a su armada a invadir su ciudad para que estos abandonasen a su aliado. Tan eficaz y contundente era.  ¿Dónde estaba cuando más se la necesitaba?

Estrategia de tierra quemada

Como acabamos de decir, los persas eran conscientes del deseo de los griegos de conquistar sus tierras. Y, sin embargo, el rey Artajerjes II tomó una decisión de lo más extraño. En lugar de reforzar su frontera en el punto más débil, Frigia Helespóntica, la debilitó, prohibiendo que los sátrapas poseyeran mercenarios, los auténticos profesionales de la guerra, dejándoles escuálidas milicias de aficionados. El motivo parece ser que estaba fundamentado en los continuos levantamientos a los que el rey había tenido que hacer frente. Al mermar estos ejércitos, garantizaba su superioridad.

Pero, si había resuelto un problema, había creado otro mayor, debilitando a una satrapía que debía ser la primera barrera de contención frente a una más que probable invasión griega. ¿Es lógica tal falta de previsión? También trataremos de darle una explicación a este hecho.

 

Artajerjes II

El caso es que, cuando Alejandro desembarca en Asia Menor, tiene poca oposición. Según afirman los historiadores que narraron las hazañas del joven rey macedonio, cuando los dirigentes frigios se reunieron para estudiar la estrategia a seguir –lo cual también sorprende; no tenían ningún plan que implementar ante una contingencia previsible-, otro actor importante en nuestra teoría estaba con ellos. Se trata de Memnón de Rodas, un mercenario al mando del ejército que, en teoría, debía hacer frente a la invasión.

Según narran las crónicas, en dicha reunión, Memnón sugirió arrasar los campos de cultivo para, así, golpear el único punto débil del ejército de Alejandro, la cadena de suministros. Según el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Oxford, Robin Lane Fox, las provisiones con las que contaban apenas cubrían treinta días. Sin los cultivos que se encontrarían por el camino, los invasores dependerían exclusivamente de lo que las naves griegas les pudieran hacer llegar desde la Hélade. La flota persa no apareció en el Helesponto, pero suponemos que, una vez verificada la invasión, acudirían a cortar esas líneas de aprovisionamiento.

Sin embargo, aunque pudiera parecer absurdo, los terratenientes que formaban el Estado Mayor de las fuerzas de defensa se negaron a perder sus cosechas, y prefirieron un enfrentamiento militar. Lo sorprendente de este hecho es que Memnón, hasta poco antes de la invasión, estuvo viviendo como exiliado en la corte de Macedonia, y conocía de primera mano los planes de invasión de Filipo, luego asumidos por su hijo Alejandro. ¿Cómo no fueron aceptadas las recomendaciones de alguien que contaba con tan importante información?

La campaña de Egipto

Alejandro disputó tres grandes batallas en suelo persa, la del río Gránico, la de Issos y la de Gaugamela. Aunque profundizaremos en ellas a continuación, nos gustaría reseñar en este momento un hecho significativo que ocurrió en la segunda.

Cuando las tropas griegas rompen el frente persa, Darío III da media vuelta y huye del campo de batalla, abandonando a sus fuerzas. En ese momento, Alejandro pudo haberlo perseguido con su caballería ligera, y se habría dado por concluida la guerra. Sin embargo, permitió su huída y,  lo que es aún más extraño, en lugar de dirigirse a Babilonia para evitar que el rey reclutara un nuevo ejército, dirigió sus pasos hasta Egipto. En teoría, la idea era neutralizar las fuerzas egipcias, en ese momento bajo control persa, que podrían atacarlo desde la retaguardia. En noviembre de 332 a.C., la imparable columna griega entra en el reino del Nilo sin ninguna oposición, y Alejandro es proclamado faraón. Teniendo a los egipcios a sus pies, lo lógico hubiera sido dar marcha atrás, y dirigirse a la capital persa para culminar la invasión. Sin embargo, sin temer la más que probable recomposición del ejército persa, decide permanecer en Egipto casi medio año, tiempo que dedica a recorrer el país y fundar la ciudad de Alejandría.

 

Recorrido de Alejandro en Egipto

También aquí ocurre algo desconcertante. Alejandro decide visitar un oráculo de Amón del oasis de Siwa, en el desierto libio. La ruta más segura hasta el oasis es por el Este, desde Menfis. La ruta del Norte era sumamente peligrosa, y ya en el 525 a.C., un ejército de 50.000 soldados persas, enviado por el rey persa Cambises II, desapareció al completo en las arenas del desierto cuando se dirigía a dicho oasis para someter a los sacerdotes del templo de Amón, que se negaban a reconocer la autoridad extranjera. Sin embargo, Alejandro decide acudir a consultar el oráculo, siguiendo la misma ruta, en contra de las recomendaciones de sus consejeros, y poniendo en riesgo sus principales unidades de caballería.

Nuevamente nos encontramos ante un enigma sin respuestas. ¿Por qué Alejandro decidió afianzar el sur del imperio, cuando podía haber acabado con Darío en Issos, y haber dado por finalizada la conquista en ese momento? ¿Por qué se entretuvo en recorrer Egipto como un turista más, visitando oráculos y fundando ciudades, regalándole así un tiempo precioso al rey persa, tiempo que empleó en recomponer el ejército y acondicionar el campo de batalla de Gaugamela?

Las tres batallas

Pero el mayor misterio de todos tiene que ver con aquello que hizo famoso a Alejandro, y que le valió el sobrenombre de Magno, su enorme capacidad militar, desplegada en todas las empresas que acometió.

Y es que, una cosa es doblegar pequeños focos de resistencia, y otra muy distinta, enfrentarse al descomunal ejército persa, la mayor potencia de la época desde hacía siglos. Y lo que nos desconcierta de este asunto es algo cuanto menos extraño. Resulta que en las tres principales batallas que libró Alejandro utilizó la misma táctica, ante el pasmoso desconcierto de los generales persas, que, más que curtidos veteranos, parecían inexpertos alféreces de primer curso de la Academia Militar. Para poder desmembrar a las superiores fuerzas rivales, el macedonio procedió a abrir una brecha en el centro del frente y aprovecharla para ir directamente a por el líder enemigo. En principio, parece una estrategia bastante buena que permite vencer a una fuerza bastante superior en número. Pero hay varias cosas que no cuadran.

Primero, que, al parecer, era la única táctica con la que Alejandro contaba para superar a los persas. A poco que los generales de Darío hubiesen analizado sus derrotas, habrían deducido un plan para contrarrestar al invasor en un nuevo enfrentamiento.

Segundo, que, para llevar a cabo tal estrategia, el propio Alejandro, con su unidad de caballería, los Compañeros, situados en el ala derecha de la línea griega, debían realizar un movimiento lateral que era el que arrastraba el ala izquierda del enemigo en su afán de no ser sorprendidos en un ataque de costado. Este movimiento de los persas originaba una brecha. En un momento dado, los Compañeros realizaban un giro inesperado, y aprovechaban ese hueco para ir directamente a por el rey Darío. Lo que ocurre es que, antes de que los persas abrieran esa brecha, el propio movimiento de Alejandro habría generado otra brecha en las filas griegas, que los persas no supieron –o no quisieron- ver y utilizar. Este movimiento hacía que Alejandro y su millar de Compañeros quedasen desgajados del resto del ejército, circunstancia que, bien aprovechada, habría provocado la aniquilación del líder invasor. ¿Ningún general persa supo ver aquella ventaja que, nada más comenzar la batalla, les proporcionaba el enemigo?

Tercero, que, a pesar de la superioridad numérica de los persas, en ninguna batalla, las fuerzas de reserva llegaron a entrar en combate. Por táctica, podría ser que Alejandro fuese superior, pero una diferencia de 250.000 frente a 40.000 es demasiado apabullante como para no ser utilizada. Hemos dicho que los movimientos griegos abrían una brecha en el centro del frente persa. ¿A ningún general se le ocurrió taparla con las fuerzas de reserva que permanecían expectantes en la retaguardia?

A continuación se muestran los gráficos de las tres batallas[2].

 

Batalla del río Gránico
 

Batalla de Issos

Batalla de Gaugamela
 

Otros enigmas

Por si eso fuera poco, hay significativos detalles que no se acaban de entender. Por ejemplo, en la batalla del Gránico, el ejército griego tiene que vadear las rápidas aguas del caudaloso río. En ese momento, de poco sirve su formación militar. La infantería no podía hacer uso de su ventaja, la compacta formación de la falange, en un avance lento con las sarisas en ristre. Además, una vez superado el cauce, debían subir por una escurridiza  y escarpada orilla para alcanzar la elevación en la que estaba dispuesto el ejército persa.

Incluso los antiguos que se acercaban a este pasaje de la historia, también se extrañaban de dicha circunstancia. En el libro de 1605 Theatro de los mayores principes del mundo, y causas de la grandeza de sus Estados: sacado de las Relaciones toscanas de Iuan Botero Benès: con cinco tratados de Razon de Estado[3], de Fray Jaime Rebullosa, podemos leer:

“En el rio Gránico trabó la batalla con tal desventaja de sitio, (porque se metió por el río caudaloso, y rápido, para acometer a los enemigos que le tenían la ribera opuesta, la cual era de áspera, y de agria subida, y toda de fragosos despeñaderos) y con tan poco juicio, que dice Plutarco, parecía que gobernase la guerra más con loco furor, que con alguna razón ni arte de milicia.”

Aquí tenemos un nuevo misterio. ¿Por qué el experimentado general Memnón, que dirigía a las fuerzas persas, ordenó poner en primera línea a la caballería, que poco podía hacer hasta que el enemigo hubiese superado los obstáculos naturales? El famoso mercenario rodio no utilizó el mejor recurso en ese caso, los arcos y las jabalinas, que hubieran diezmado a las fuerzas griegas, más preocupadas por salvar la fuerza de las aguas y por no resbalar en la orilla, que de protegerse de una lluvia de fechas. Sin embargo, estos arqueros y lanceros permanecían en la reserva, y no llegaron a intervenir. Un grave error de tan prestigioso militar.

La batalla de Issos también se disputó en un río, y, también tiene cosas inexplicablemente semejantes al Gránico, como que el único vado fácilmente practicable estuviese en el ala que ocupaba Alejandro, y que el mismo hubiese sido escasamente protegido.

Pero el hecho más insólito ocurrió en Gaugamela.

Alejandro se encontró con que Darío, después del año que le regaló su enemigo desde la derrota en Issos, había recompuesto su ejército. Además, había preparado el campo de batalla para adecuarlo a la estructura de su plan de combate.

La noche antes de la batalla, los generales le sugirieron a Alejandro realizar un ataque nocturno para poder tener alguna superioridad frente a los persas. No sólo se negó, sino que estuvo casi toda la noche despierto, hasta tal punto que, cuando al día siguiente llegó la hora del combate, el general Parmenión tuvo que ir a despertarlo a su tienda. En el libro Alejandro Magno[4], de Mary Renault, se dice:

“Cuando le preguntó cómo podía estar tan tranquilo, Alejandro replicó que había tenido muchas más preocupaciones cuando los persas quemaron las cosechas.”

Si Alejandro ya tenía un plan que desconocían sus propios generales la noche antes de la batalla, ¿qué le hizo trasnochar el día más decisivo de su vida? ¿Por qué se encontraba tan tranquilo cuando se jugaba tanto? ¿Acaso, como reflejó Oliver Stone en su película, disponía de un águila amarilla que lo mantenía informado de lo que ocurría en el frente enemigo? ¿Es posible que esa noche no durmiese porque estaba dando las últimas instrucciones a alguien del entorno de Darío que podía echarle una mano en el momento más delicado de la conquista, y, de ahí, su desconcertante tranquilidad?



[1] Borman, M., Schühly, T., Kilik, J., Smith, I. (productores) y Stone, O. (director). 2004. Alexander [cinta cinematográfica] Estados Unidos. Warner Bros. Pictures.

[2] Frank Martini. Cartographer, Department of History, United States Military Academy - The Department of History, United States Military Academy.

[3] Rebullosa, Fray Jaime (1605). Theatro de los mayores principes del mundo, y causas de la grandeza de sus Estados: sacado de las Relaciones toscanas de Iuan Botero Benès: con cinco tratados de Razon de Estado. Fol. 217 reverso. Barcelona. Sebastián Mateuad, y Onofre Anglada Edición digital de Google Books. [En línea]. Disponible en:

https://books.google.es/books?id=ABQjPmW41owC [2020, 17 de noviembre].

[4] Renault, Mary (1975). The nature of Alexander. P. 130. (Traducción de Horacio González Tejo para Editorial Edhasa. 1991). Edición de Ediciones Folio, S.A. (2004) para ABC, S.L.

 



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