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24 noviembre 2021

El Hades en Andalucía

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“El poeta [por antonomasia, Hómeros], que tantas cosas cantó y de tanto dio noticia, brinda ocasión para pensar si no tuvo realmente conocimiento de estos lugares [de Tartessos]. Si alguien quisiera juzgar rectamente de la cuestión, tendría que considerar tanto las cosas que dijo con poca fortuna como las que manifestó con más razón y verdad. Así, pues, no acierta al decir que [Tartessós] está situada hacia el final del Ocaso, cuando, como él mismo afirma, cae en el Océano «la brillante lumbrera del Sol, arrastrando tras sí la noche negra sobre la tierra de fecundos senos». Pero como la noche, por su nombre siniestro, evoca evidentemente la idea de un lugar próximo al Háides, y éste a su vez confina con el Tártaros, pudo creerse que [Hómeros] se sirvió de lo que había oído de Tartessós, asimilando este nombre al de Tártaros, para aplicarlo luego a la parte más alejada de las regiones subterráneas, no sin embellecerlo de mucha ficción, conforme al uso de los poetas.”

Estrabón. Geografía III. 2. 12

 Allá por el año 1812, tras la promulgación en Cádiz de la primera constitución española, se dictó un decreto por el que se ordenaba sustituir el nombre de todas las plazas mayores de España por el de Plaza de la Constitución. Entre esa fecha, y el 1873, estos dos nombres fueron alternándose hasta en siete ocasiones. Cuando, en este año, se implantó la Primera República, esta plaza cambió su denominación a Plaza de la República, denominación que luego fue modificándose por el de Plaza de la República Federal, y, sucesivamente, Plaza de la República Democrática Federal, para posteriormente, volver al de Constitución, y ya, en 1940, recuperar su primer nombre de Plaza Mayor.

Aunque pudiera parecerlo, este trabajo no va de política, ni de políticos, pero nos hemos servido de su ejemplo para acometerlo.

El afán del hombre de perpetuar su ego, aún a costa de borrar las huellas de los antepasados, puede suponer un grave error, pues puede llegar a privarnos de una riqueza mucho más elevada que la efímera de la satisfacción temporal de un reducido grupo de personas; algo tan importante y trascendente como es el origen de los pueblos.

Por fortuna, esta insidiosa damnatio memoriae, que sólo extiende su efecto triunfalista a una parte de la generación que vió aparecer tales bodrios, suele darse allá donde los usurpadores pueden sentirse henchidos de satisfacción al ver que sus soflamas se empotran en el acervo de propios y extraños. Lejos de esos lugares concurridos, lo que impera es lo que la tradición intemporal, sin imposiciones forzadas, ha legado a unos y a otros, como patrimonio común.

Pero, incluso estas señas de identidad ancestrales son esgrimidas, por esa consustancial necesidad humana de destacar sobre el resto, para erigirse por encima de los de enfrente, aunque muchas veces se fuerce la realidad para que el argumento sea creíble.

De entre todas estas circunstancias, sin duda, la que más atractivo tiene, es formar parte de las leyendas. Los héroes son siempre admirados, es algo humano. ¿Qué persona que tenga un amigo, familiar o conocido famoso, no ha sentido, en alguna ocasión, la necesidad de alardear de él?

Y es ese componente humano, que nos acompaña desde el principio de los tiempos, el que hace que los habitantes de determinados territorios intenten asimilar lugares legendarios, esos que no han sucumbido a la mano impasible de los intrusos, con su propia tierra.

Un ejemplo claro lo tenemos en el sudoeste de la península ibérica, en la zona que comprende desde la Punta de San Vicente, en Portugal, hasta el Estrecho de Gibraltar.

A lo largo de la Historia, ha habido varios intentos de ubicar en esta zona realidades mitológicas, como el legendario continente perdido de la Atlántida o el reino nativo de Tartessos. Cada historiador y arqueólogo ha aportado su interpretación, aún a riesgo de contradecir y rectificar a otros colegas del gremio, para intentar darle sentido a descripciones difusas que aparecen en documentos clásicos.

Siendo conscientes de ello, asumimos la dificultad que implica acometer un análisis como el que se pretende realizar en este trabajo. Sin embargo, el motivo que nos ha movido a llevarlo a cabo ha sido, precisamente, el comprobar que hay un único hecho tangible que une al pasado con el presente: las palabras no adulteradas. Aquellos textos, tales como la Ora Marítima de Avieno, o el Geryoneis de Estesícoro, no contienen coordenadas geográficas; únicamente palabras.

Y palabras son también los topónimos que pueblan todos los lugares de la Tierra. Allá donde vayamos, nos encontraremos con nombres de lugares que ni los más viejos de la zona saben de dónde provienen. Son denominaciones que la humanidad se ha ido transmitiendo de generación en generación. Salvo escasos ejemplos, como hemos dicho,  basados en el egocentrismo de determinadas personas que se consideran a sí mismos merecedores de pasar a la posteridad, los nombres de los ríos, montes, valles o pagos provienen de la noche de los tiempos. Por tanto, es evidente que cualquier trabajo de investigación debe emprenderse desde la objetividad más escrupulosa, evitando a toda costa dejarse llevar por sentimentalismos, siempre tan peligrosos.

El caso que nos ocupa es una clara muestra de ello. La idea de abordar este trabajo surgió por puro azar, sin que ningún fanatismo patriótico nos moviera a ello. La cosa fue mucho más sencilla. En el trabajo de investigación que estábamos llevando a cabo para documentar una novela, descubrimos que el nombre del río Guadalete era el mismo que el del mítico Río del Olvido del Hades. Esto nos llamó la atención, pero, al descubrir su origen -la conmemoración de un tratado de paz entre oriundos tartésicos y dominadores cartagineses-, reconocimos que nos encontrábamos ante una simple anécdota, una mera coincidencia en los nombres.

Sin embargo, al continuar con la lectura, nuestra atención se dirigió a dos lugares clave en ese río: el de su nacimiento, y el de su desembocadura en tiempos pasados: la Sierra de San Cristóbal en Grazalema, el primero; la Sierra de San Cristóbal, entre Jerez de la Frontera y El Puerto de Santa María, el segundo.

Como es sabido, este santo es la forma cristiana sincrética de dos personajes griegos vinculados estrechamente con el Inframundo, el dios Hermes, el encargado de acompañar a las almas al Hades; y Caronte, el barquero que las ayuda a atravesar la laguna Estigia. Cuando encontramos a este personaje en el nacimiento y desembocadura del río Lete, el río donde bebían las almas para olvidar su vida mortal, no pudimos evitar preguntarnos si, en realidad, estamos viviendo en tierras que, tiempo ha, fueron consideradas el mismísimo reino de Hades, el Inframundo griego.

Ubicación del Hades

 

 Y cuando hayas atravesado el Océano y llegues adonde hay una playa estrecha y bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y estériles sauces, detén la nave en el Océano,…

Homero. Odisea. Canto XXIV.

 

A continuación, de nuevo un promontorio y un opulento santuario consagrado a la Diosa Infernal, el fondo de una gruta recóndita y una entrada disimulada.

Avieno. Ora Marítima. 74.

 

En toda la literatura referida al inframundo griego, podemos encontrar referencias relativas a la ubicación de las entradas al Hades. Algunas de ellas son Aorno, en Tesprótide; o Ténaro, en Laconia. Y otra la encontramos en la Odisea de Homero, en donde se especifica que se halla al otro lado del Océano. Es en ésta en la que nos vamos a centrar.

Si leemos la obra de Avieno, la Ora Marítima, podemos ver que, en algún punto de la costa, entre el río Ana (Guadiana) y la ciudadela de Gadir, hubo un opulento santuario consagrado a la Diosa Infernal. Creemos que esta escueta referencia es más que suficiente para comprobar que existe cierta concordancia entre la descripción dada en uno de los primeros documentos de la historia que hace referencia al Hades, y una ubicación física concreta –aunque imprecisa-, en donde se rendía un importante culto a Proserpina o Perséfone, la esposa de Hades.

Es cierto que, en el ámbito territorial greco-romano, existían templos dedicados a Perséfone o Proserpina, como era el caso de Locros en la región italiana de Calabria, pero, sin duda, el más occidental de todos, es el mencionado por Avieno en la costa atlántica del sur de la Península Ibérica. Por tanto, ese lugar sería un serio candidato a una posible ubicación de la entrada del inframundo griego.

Por otra parte, en la Geografía de Estrabón, Libro III, Capitulo II, se vuelve a incidir en la ubicación occidental de estas tierras del inframundo:

 Ahora bien, instruído por la voz de la Historia de todas estas expediciones guerreras a las costas meridionales de Ibería, conocedor también de la riqueza de estas regiones y de los bienes de todas clases que poseen y que los phoínikes dieron a conocer, [Hómeros] tuvo la idea de colocar aquí la mansión de las almas piadosas, y el Elýsion Pedíon donde, según la predicción de Proteús, Menélaos debía vivir algún día: "En cuanto a vos [Menélaos], los inmortales os conducirán al Elýsion Pedíon, en los fines mismos de la Tierra: donde reina el rubio Rhadámanthys, donde los humanos gozan de una vida feliz al abrigo de la nieve, de la escarcha y de la lluvia, y donde desde el seno del Okeanós se levanta el soplo armonioso y refrescante del Zéphyros. La pureza del aire y la dulce influencia del zéphyros son, en efecto, caracteres propios del Ibería, que, vuelta por completo al lado del Occidente, posee un clima verdaderamente templado. Además está situada en los últimos confines de la tierra habitada, es decir, en los mismos lugares donde la fábula -como hemos dicho- ha colocado el Háides

 

Las puertas del Hades

 

¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades;…

Homero. Ilíada. Canto XXIII. 69

 

Traspusieron las corrientes de Océano y la Roca Leúcade y atravesaron las puertas del Sol y el país de los Sueños, y pronto llegaron a un prado de asfódelos donde habitan las almas, imágenes de los difuntos.

Homero. Odisea. Canto XXIV.

 

 

En los diferentes textos analizados hay una cosa clara: el Hades o inframundo es una región subterránea. Para acceder a ella, es necesario cruzar unas puertas, y descender por un tenebroso túnel, que lleva hasta una pradera de asfódelos. Con independencia de dónde se halle tal entrada, esas dos primeras estancias son recurrentes.

En el fragmento de la Odisea transcrito arriba, aparece la expresión “y atravesaron las puertas del Sol”. Esta denominación aparece en un topónimo de Jerez de la Frontera, en Cádiz, y se refiere a un enclave situado en la zona de San Telmo, del que hablaremos a continuación: la Calle de las puertas del Sol.

Aunque la falta de cultura, cada vez más acentuada en las nuevas generaciones, a causa de contaminaciones externas, haya provocado que este topónimo haya sido sustituido por el de Puerta del Sol, en singular, suponemos que por influencia de la famosa plaza madrileña, su existencia como Puertas, en plural, existe desde tiempos remotos.

En la Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, de Bartolomé Gutiérrez, publicado por M. García Ruíz en 1886, encontramos el siguiente texto en el que este topónimo aparece escrito en plural:

 …venlos todos mas no todos reparan en ellos para reconocer su orígen; en el camino alto de las puertas del Sol se hallan muchos bien debajo de la superficie de su elevación…

 Estas Puertas del Sol que dan acceso al Hades, se encuentran a continuación de una zona conocida como Roca Leúcade. El nombre de este lugar, Leúcade, hace referencia a que las tierras que lo conformaban eran de color blanco.

También en la zona de Jerez de la Frontera tenemos una evidencia inequívoca a esta región. Resulta que todas las tierras de cultivo que rodean a esta ciudad son, precisamente, blancas. De hecho, tienen un nombre específico, y privativo de esta zona: tierra albariza. Sus propiedades se han aprovechado en el cultivo de la vid, y los vinos que proceden de estas tierras tienen la calificación de Jerez Superior.


Tierra albariza en la zona de Jerez de la Frontera

 

Después de traspasar las Puertas del Sol, las almas de los muertos llegaban a una extensa pradera denominada de los  Asfódelos, donde esperaban el juicio que decidiría su destino final.

El asfódelo, vara de San José, o gamón, es una planta común en toda la zona meridional de Europa. Por supuesto, la presencia de praderas de asfódelos, o gamonales, no es, por sí sola, determinante para identificar un lugar concreto como el citado en la Odisea de Homero; pero su abundante existencia en las mismas zonas de las que hemos aportado, y aportaremos, datos contundentes, son un elemento que viene a completar el paisaje descrito por los antiguos.

 


Pradera de asfódelos en El Puerto de Santa María

 

La figura de Hermes Psicopompo

 

 Al llegar a Ténaro en Laconia, donde estaba la entrada del Hades, bajó por ella. Las almas, al verlo, huyeron, excepto la de Meleagro y la de la Górgona Medusa. A ésta la atacó Heracles como si estuviera viva, pero Hermes le hizo saber que se trataba sólo de una sombra vana.

Apolodoro. Biblioteca. Libro II. 5-12

 

 

Y Hermes, el Cilenio, llamaba a las almas de los pretendientes y tenía entre sus manos el hermoso caduceo de oro con el que hechiza los ojos de los hombres que quiere y de nuevo los despierta cuando duermen.

 … así iban ellas estridiendo todas juntas y las conducía Hermes, el Benéfico, por los sombríos senderos.

Homero. Odisea. Canto XXIV.

 

La figura de Hermes como conductor de las almas al inframundo es de sobra conocida. Numerosos textos nos dan noticia de ello. En la tradición cristiana, ese papel lo cumple San Cristóbal.

Este santo, que el mismo Vaticano reconoce que no existió –de hecho, lo eliminó del santoral en el Concilio Vaticano II-, es una asimilación cristiana de personificaciones funerarias paganas tales como Hermes, Caronte -el barquero del río Aqueronte-, o el egipcio Anubis -el Cabeza de Perro-.

En la iconografía cristiana oriental, San Cristóbal, en su condición de psicopompo, lleva el epíteto de Cinocéfalo, con cabeza de perro, y de ese modo es representado en pinturas bizantinas. La semejanza con la imagen de Anubis es evidente.

 

 San Cristóbal Cinocéfalo
 
Anubis

 

 A poco que uno se ponga a buscar, se dará cuenta de la inmensa abundancia de topónimos con el nombre de San Cristóbal que se hallan, casi en exclusiva, a lo largo de todo el territorio español, pero, especialmente, en el territorio andaluz; y, casi siempre, vinculados con cerros o sierras que, para mayor sorpresa, siempre  esconden en su subsuelo una necrópolis prerromana.

A modo de ejemplo, citaremos las siguientes: Cerro de San Cristóbal de Almuñécar, Granada, con su Necrópolis fenicia, denominada Laurita. Cerro de San Cristóbal de Estepa, Sevilla, con su Necrópolis tartesia junto a la Torre del Homenaje santiaguista, y que fue la sede del cementerio tradicional de la villa hasta su traslado a su actual ubicación. Cerro de San Cristóbal de Almonaster la Real, en Huelva, con su Necrópolis de la Edad del Bronce. Cerro de San Cristóbal de Ogíjares, Granada, con su Necrópolis argárica. Cerro de San Cristóbal, de Doña Mencía, Córdoba, con su Necrópolis íbera. Sierra de San Cristóbal, entre El Puerto de Santa María y Jerez de la Frontera, con su Necrópolis datada en el siglo IX a.C.

Según hemos visto, decir San Cristóbal es lo mismo que decir Hermes. Del mismo modo, decir Cerro de San Cristóbal debería ser lo mismo que decir Cerro de Hermes.

Y no estamos muy desencaminados, porque, en la tradición griega, a Hermes se lo vinculaba con los promontorios aislados, a causa de su similitud con los amontonamientos de piedras que se efectuaban en los cruces de caminos, posteriormente sustituidos por las hermas, monolitos de piedra de forma troncopiramidal invertida. Esta costumbre deriva de la faceta de Hermes como protector de los viajeros. Éstos solían depositar una piedra en los cruces para solicitar la ayuda y protección del dios, frente a los peligros que las inclemencias del tiempo y los bandoleros les causaban con frecuencia. Curiosamente, también San Cristóbal es el patrón de los viajeros y peregrinos.

Por extensión, la palabra griega que hace alusión a los cerros es Herma. Homero, en su Odisea, hace mención a un cerro de Hermes en Ítaca.

 

 También sé otra cosa, pues la he visto con mis ojos: al volver para acá había ya atravesado la ciudad en el lugar donde está el cerro de Hermes cuando vi entrar en nuestro puerto una veloz nave;…

Homero. Odisea. Canto XVI.

 

Incluso en la costa africana podían encontrarse promontorios de Hermes, como podemos comprobar en la obra anónima del siglo III a.C., titulada El periplo de Pseudo – Escílax:

 

 Después de cruzar este Syrte, se encuentra Acapoeis, a tres días de distancia de Adrymetus. Más lejos, a un día y medio de navegación, se encuentra el promontorio de Hermès (Ἑρμαίας ἄκρας), Hermaias acras, sobre el que se encuentra una ciudad.

 …

 

Si pasas las Columnas de Hércules, dejando Libia a la izquierda, te encuentras con un gran golfo que se extiende hasta el promontorio de Hermes; porque todavía hay un promontorio con ese nombre aquí.

 

También en el territorio de nuestro Hades andaluz podemos encontrar una elevacion costera sagrada, denominada Herma.

 

 Después, hacia poniente, alza sus riscos soberbios el peñón Sagrado. A esta zona, en tiempos pasados, Grecia la denominó Herma. La palabra Herma se refiere a un parapeto del terreno, encarado de frente, y el lugar en sí fortifica el estrecho por ambas bandas.

Avieno. Ora Marítima. 98

 

De todo lo expuesto, se podría concluir que no sería descabellado pensar que, antes de la implantación del cristianismo, estos cerros y sierras de San Cristóbal, se denominasen cerros de Hermes, o en griego, Ἑρμαίας ἄκρας, Hermeios acras.

Y creemos que tenemos pruebas irrefutables que confirmarían este extremo, y también se encuentran en Jerez de la Frontera.

 Para ello, centraremos nuestra atención en una zona, conocida como Playas de San Telmo, situada entre la falda norte de la Sierra de San Cristóbal y la zona sur de la localidad jerezana, extensión que conformaba la cuenca de un río al que que más tarde volveremos, el Guadajabaque, en árabe, Guad as Sabaq, o como se conoce hoy en día, por metátasis, Guadabajaque.

Veamos lo que la Enciclopedia Británica refiere acerca de San Telmo.

 

 Saint Erasmus, also called Elmo (died 303?, Formia, Italy; feast day June 2), early Christian bishop, martyr, and one of the patron saints of sailors, who is romantically associated with Saint Elmo’s fire… as the visible sign of his guardianship over them.

Elmo is an Italian corruption (through Sant’ Ermo) of St. Erasmus; other derivations include Ramus, Eramus, Ermus, Ermo, and Telmo.

 

San Erasmo, también llamado Elmo (muerto en 303?, Formia, Italia; fiesta el día 2 de junio), uno de los primeros obispos cristianos, mártir, y uno de los patronos de los marineros, asociado románticamente con el fuego de San Telmo… como el signo visible de su tutela sobre ellos. 


 

Elmo es una corrupción italiana (a través de Sant' Ermo) de San Erasmo; otras derivaciones incluyen Ramus, Eramus, Ermus, Ermo, y Telmo.

 

Por su parte, el nombre Ermo es el genitivo de Hermes  (Ἕρμειος, Hermeios). Esta forma genitiva  es la misma que podemos encontrar, por ejemplo, en el nombre Hermógenes, que significa del linaje de Hermes; y también, en el apelativo del santo patrón de Jerez de la Frontera, San Dioniso Areopagita, el del Areópago, que significa Lugar de Ares.

Parece que, también en uno de los viejos topónimos que no eliminó ningún alma sedienta de protagonismo, nos aparecen trazas interesantes que nos conducen a un lejano pasado que se vislumbra esplendoroso, o tenebroso, según se mire. Tal vez, la Sierra de San Cristóbal, en la antigüedad, se denominó Hermeios acras, o Cerro de Hermes.

Para finalizar este apartado, no queremos dejar pasar un hecho significativo. Buscando información sobre Hermes, hemos podido encontrar un documento interesante en el Repositori Universitat Jaume I (http://repositori.uji.es/xmlui). Se trata de un trabajo de Carles Borrás i Querol titulado El Hermes dionysíaco de Rosell  en el que habla de un busto de Hermes encontrado en la partida de Mas de Vito, en Rosell, provincia de Castellón.

De esta estatua, Carles Borrás nos dice varias cosas:

 

 “Esta cabeza está adornada por una corona de hojas de hiedra que, junto a una banda ancha, ciñe la cabellera.”

 

 

“…según nuestras informaciones, esta herma, apareció en un probable contexto de necrópolis en el que se daban conjuntamente enterramientos de inhumación y de incineración.

Es en este sentido que consideramos esta pequeña representación dionysíaca más en relación con el carácter otónico y funerario de la divinidad.”

 

Esta aportación es interesante porque nos puede dar una explicación razonable a un hecho curioso. En la localidad de Jerez de la Frontera encontramos un templo muy popular. Se trata de la Capilla de la Yedra, ubicada en la confluencia de las calles Sol y Empedrada, en el barrio de San Miguel, situado en la zona de San Telmo, y a escasos metros de la calle Puertas del Sol. El origen de esta capilla lo podemos encontrar en una antigua cruz de humilladero que, al parecer, tenía un crucificado rodeado por hiedra.

Los humilladeros son cruces que derivan de las antiguas hermas, de las que ya hemos hablado, y que, al igual que estas, se disponían en las afueras de las poblaciones, en los cruces de caminos.

Cuanto menos, nos ha resultado llamativo encontrar tal similitud entre un Cristo rodeado de hiedra, la planta con la que Dioniso se corona, y el busto de un Hermes-Dioniso, al parecer funerario, luciendo un tocado de la misma planta, máxime, si tenemos en cuenta el lugar en el que está ubicada la capilla, junto a la Ronda de San Telmo.

Pero no terminan aquí los misterios que rodean a esta capilla, y sus posibles vínculos con el dios que le da nombre al santo patrón de la localidad, Dionisio; dios, por otra parte, relacionado con el vino a través de su forma Baco, y, por tanto, muy presente en la localidad vitivinícola por excelencia. 

Se trata de una historia que, a mayor abundamiento, trata de la bajada de Dioniso al Hades.

Queriendo recuperar a su madre Sémele de la muerte, Dioniso decidió bajar hasta el Hades. Como desconocía dónde se ubicaba, le preguntó a un campesino llamado Prosimno. Éste aceptó decírselo, pero con la condición de que Dioniso se le entregase sexualmente a su salida. Dioniso aceptó, y consiguió la información. Tras realizar sus gestiones en el Inframundo, el dios volvió a la superficie, y se encontró con que Prosimno había fallecido antes de poder cumplir su promesa. Para no faltar a ella, decidió simular el acto. Para ello, tomó una vara de olivo, a la que le dio forma de falo, y mantuvo relaciones fingidas con ella. Tras cumplir el pacto, clavó la rama en la tumba de Prosimno, a modo de falo erecto.

Este pasaje parece que se desarrolló para explicar la identificación de Dioniso con las figuras fálicas, que le valieron el epíteto de Dioniso Orthos, el Erguido.

Pues resulta que en el dintel de la puerta de entrada de dicha capilla de la Yedra, aparece lo que, sin ninguna duda, es un falo erigido sobre un podio. Ignoramos el motivo que llevó al arquitecto que diseñó la portada de la capilla, allá por el año 1724, a incluir este símbolo pagano en un templo cristiano, pero se nos antoja que alguna relación debió de tener con el patrón de la ciudad, y, por extensión con el dios de la Yedra, Dioniso. O viceversa.

 

Capilla de la Yedra. Jerez de la Frontera
 
 
Detalle del dintel de la Capilla de la Yedra

 

Érebo

 

Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron saliendo del Erebo, las almas de los fallecidos.

Homero. Odisea. Canto XI.

 

En las cercanías hay una gran laguna, llamada Erebea; más aún, se dice que estuvo antaño por estos parajes la ciudad de Herbo; que consumida por los avatares de las guerras, al fin sólo dejó en este territorio su recuerdo y su nombre.

Entretanto, acto seguido, corre el río Hebro y su Caudal fecunda los terruños.

Avieno. Ora Marítima. 75

 

Justo donde termina el pasadizo de acceso al inframundo, se encuentra el Érebo, la primera estancia del Hades. Es el lugar donde permanecen las almas a la espera de ser cruzados por el barquero Caronte.

Érebo (Ἔρεβος) significa Oscuridad. Era un dios primordial, hijo de Caos y hermano de Nix, la Noche. A causa de su significado, fue asociado al Hades, a modo de apelativo eufemístico.

En el relato de Avieno, aparecen claramente dos nombres con la misma etimología, Erebea y Herbo, la primera era una laguna; la segunda, una ciudad. Por otra parte, hay un río, el Hebro, con escritura ligeramente distinta, pero que también podría tener la misma raíz etimológica, sobre todo, teniendo en cuenta que los tres lugares se encuentran geográficamente juntos.

También en el término de Jerez de la Frontera existe una laguna llamada Oscuridad.

En 2016, los hermanos José y Agustín García Lázaro, publicaron en su blog, www.entornoajerez.com, un artículo titulado Las lagunas perdidas. Humedales en torno a Jerez. En él, recogen el siguiente pasaje:

 

 Una prueba de ello son las reducidas referencias a las lagunas y humedales de nuestro término que recoge Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España (1845-1850). Entre las citadas figuran la Laguna de Alcornocalejo, ubicada en el actual término de San José del Valle y que en otras fuentes se conoce también como Laguna de La Oscuridad, próxima al cortijo del mismo nombre[1].

 

La existencia de una laguna bautizada con el mismo nombre que otra citada por un autor del siglo IV, y de nombre idéntico a un territorio del Hades, puede ser una coincidencia, una nueva coincidencia, pero, como mínimo, es curioso comprobar cómo se repiten ciertos patrones en los mismos lugares pero en tiempos diferentes.

 

El perro Cerbero

 

 Con ella el terrible, violento y malvado Tifón tuvo contacto amoroso, con la joven de vivos ojos. Y preñada, dio a luz feroces hijos: primero parió al perro Orto para Gerión. En segundo lugar tuvo un prodigioso hijo, indecible, el sanguinario Cerbero, perro de broncíneo ladrido de Hades, de cincuenta cabezas, despiadado y feroz.

Hesíodo. Teogonía. 307

 

Como décimo trabajo le encargó traer de Eritía las vacas de Gerión.  Eritía, ahora llamada Gadir, era una isla situada cerca del Océano; la habitaba Gerión, hijo de Crisaor y de la oceánide Calírroe; tenía el cuerpo de tres hombres, fundidos en el vientre, y se escindía en tres desde las caderas y los muslos. Poseía unas vacas rojas, cuyo vaquero era Euritión, y su guardián Orto, el perro de dos cabezas nacido de Tifón y Equidna.

Apolodoro. Biblioteca. Libro II. 5-10

  

 

Una vez que las almas, que se encontraban en la orilla del río Aqueronte, abonaban su óbolo al barquero Caronte, cuya figura ha sido abordada más arriba, cruzaban el río Aqueronte y llegaban a la otra orilla, donde  estaba el perro Cerbero, que impedía que retornasen al reino de los vivos.

Como podemos comprobar en Hesíodo, el terrible Cerbero era hermano de Orto, el perro del rey gaditano Gerión, a quien Hércules le robó el rebaño de vacas de raza retinta, que todavía se pueden contemplar en las playas de Barbate.

 

 

Río Lete

 

 Que esto es evidente a partir de los nombres, inmediatamente se ve puesto que son contrarios y opuestos. Pues al primero se le llama Apolo y al segundo Plutón;… Con el primero están las Musas y Mnemosine, con el segundo Lete y Siope. 

Plutarco. Sobre la E de Delfos

 

Si algo define al Hades es su abundancia de ríos. Y, si alguno de ellos puede tener un firme candidato en tierras andaluzas, ese es el Lete. Este río, que, aún en nuestros días, preserva su legendario nombre griego, es el Guadalete.

Cuando un alma llegaba al Hades, debía beber en uno de los dos ríos, el de la Memoria, o Mnemósine, en cuyo caso, el alma recordaba su vida pasada; o el río del Olvido, o Lete, en cuyo caso, olvidaba todas sus vivencias y podía renacer.

De estos dos ríos, el segundo es el de etimología más evidente. El río Guadalete, como hemos dicho con anterioridad, debe su nombre a un tratado firmado en sus orillas por griegos y cartagineses, por el que se comprometían a olvidar las viejas rencillas que habían desembocado en una guerra.

Dicho esto, cabría decir que el famoso río del Olvido parece empeñarse en desdecir lo que cuenta la historia, y desdecirse a sí mismo, trayendo a la memoria, en contra de lo que sugiere su nombre, el que parece ser su verdadero origen. Y, ¿por qué decimos esto? Pues por los dos lugares más importantes de todo su curso: su nacimiento y su desembocadura.

Resulta que este río, el río Lete, nace en la Sierra de San Cristóbal, de Grazalema; y, actualmente, desemboca en el Atlántico, en la localidad de El Puerto de Santa María, pero en los tiempos en que, supuestamente, se firmó el tratado de paz que le dio nombre, su desembocadura se producía en las afueras de esta localidad, a los pies de la ya citada Sierra de San Cristóbal. Es decir, estamos ante dos Cerros de Hermes delimitando uno de los ríos del Hades.

 

Sierra de San Cristóbal. Grazalema. Fuente: www.geamap.com

 

 
Sierra de San Cristóbal. El Puerto de Santa María. Fuente:  www.geamap.com

 

Pero no nos quedamos aquí. Como nos dice Plutarco, opuesto al curso de este río Lete, fluía su contraparte, con la que estaba enfrentado: el río de la Memoria, o Mnemósine.

Resulta que, en la desembocadura del río Lete, en la Sierra de San Cristóbal, desaguaba otro río, un cauce que, partiendo de la laguna Ligustina, a la altura de la vieja ciudad de Asta Regia, separaba un trozo de tierra firme de la parte continental. Este trozo de tierra se llamaba isla Cartare.

 


 

¿Podríamos estar ante lo que los antiguos llamaban río Mnemósine?

Ya hemos hablado con anterioridad de este río, en la actualidad inexistente. Se trata del Guadajabaque, o, como es conocido hoy, Guadabajaque.

Según las reseñas históricas, esta denominación provendría del árabe Wad as Shabaq, y significaría Río de las Redes. Parece un nombre muy apropiado para un río. Sin embargo, ¿habría algún problema en que el verdadero nombre fuese Sabaq, sin la hache, y que, por deformación, merced a la metonimia, por la similitud fonética de esta palabra con otra que denota un arte que se utiliza en los ríos, se hubiese transformado en Shabaq, red? Parece que no. Pero, ¿por qué buscarle los tres pies al gato, si ya hay una denominación que satisface las inquietudes de los filólogos?

Pues porque la palabra árabe Sabaq hace referencia a una realidad que se ajusta bastante a lo que los autores griegos decían del río Mnemósine.

Como muchos sabrán, los musulmanes tienen como máxima aspiración memorizar todo el Corán, y recitarlo sin tenerd delante el texto escrito. Esta práctica, que les reporta recompensas espirituales, se basa en las palabras de Alá: Hemos hecho el Corán fácil de entender y de recordar. ¿Habrá alguien que reflexione?

Aquél que logra conseguirlo, es conocido como un hafiz. De hecho, la palabra hafiz significa, literalmente, guardián contra el olvido.

El aprendizaje del Corán que realiza el hafiz, tiene una metodología. El primer paso consiste en dividir el sagrado texto en pequeñas porciones, que son aquellas que se deben memorizar en una sola sesión de estudio. Estos fragmentos son llamados Sabaq. El acto de memorización de estos sabaq se denomina Sabqi.

¿Podría ser que el Wad as Shabaq, río de las Redes, originalmente, se llamase Wad as Sabaq, río de Aquello que hay que recordar, río de la Memoria?

Somos conscientes de que, al proponer esta hipótesis, se nos podrá acusar de ajustar la realidad a nuestros postulados. Por supuesto que, quien lo haga, estará en su derecho, pues nosotros mismos somos bastante escépticos cuando nos encontramos con determinadas aseveraciones que utilizan este mismo recurso. Sin embargo, hemos asumido el riesgo a ser criticados, pues no podíamos privar del derecho a la reflexión a aquellos que se acerquen a estas líneas. De los lectores dependerá darle validez o rechazar esta parte de nuestro trabajo.

 

 Río y laguna Estigia

 

Prosiguen, pues, Eneas y la Sibila el comenzado camino y se acercan al río, cuando el barquero, al verlos desde la laguna Estigia ir por el callado bosque, encaminándose hacia la orilla, les ataja enojado el paso con estas palabras: "Quienquiera que seas, tú, que te encaminas armado hacia mi río, ea, dime a qué vienes y no pases de ahí.

Virgilio. Eneida. Libro VI.

 

Muy cerca del río Guadalquivir, nos encontramos con la ciudad de Écija. Resulta sorprendente la similitud del nombre romano de esta ciudad, Aestigia, con dos de los lugares más famosos del Hades, el río y la laguna Estigia.

Este topónimo se ha preservado en el gentilicio de sus habitantes, Astigitanos, en donde la E inicial ha sido sustituida por una A. Sin embargo, hay que recordar que el conjunto vocálico “AE”, en latín, se pronunciaba como el fonema /e/, y tenemos numerosos ejemplos: Caesar, César; Baetis, Betis. Con lo que resulta que, en realidad, Aestigia se pronunciaba Estigia. De hecho, su actual pronunciación así lo indica Estigia > Esigia > Esija.

A unos pocos kilómetros de este bello pueblo sevillano, tenemos otro con una toponímia similar. Se trata de Aestapa, nombre cuya AE inicial también se pronuncia E: Estepa.

Además del río, en el Hades también había una laguna con el mismo nombre, la laguna Estigia, donde desembocaba el cauce del río. Consideramos que esta laguna es la que se conocía en la antigüedad como laguna Ligustina, donde desembocaba el río Betis, y que ocupaba las actuales marismas del Bajo Guadalquivir. 

En las orillas de esta laguna Ligustina, había una importante ciudad de nombre similar a Estigia o Estapa: Asta Regia, en la actualidad, un yacimiento próximo a Jerez de la Frontera, que, al parecer, tuvo una enorme actividad comercial en tiempos de los fenicios. La relación de la laguna Ligustina con el hidrónimo Estigia podría deducirse a través de estos topónimos Asta, o Asti.

En el artículo Interpretatio de la titulatura cívica de Hasta Regia a partir del culto a Juno Regina, de Daniel Jesús Martín-Arroyo Sánchez, publicado en Dialogues d'histoire ancienne Année. 2017, 43-1. Pp. 175-211,  se dice que:

 

 A. Schulten planteó una presencia ligur en torno al «lacus Ligustinus», espacio que coincidiría aproximadamente con las Marismas de Doñana. Se valió para ello, entre otros argumentos, de la reiterada presencia del nombre «Asta»  en la Liguria.

 

Uno de estos Asta ligures ha dado lugar al actual nombre de la ciudad italiana de Asti.

Como podemos leer en la Enciclopedia Brockhaus[2], en su entrada Jerez de la Frontera, el nombre de Asta deriva del prerromano Aesta, que, como hemos visto, se pronunciaría Esta.

Pero es que, en la versión rusa de esta enciclopedia, el Diccionario enciclopédico de F.A. Brockhaus e I.A. Efron, se llega a identificar a Asta Regia como una ciudad perteneciente al Hades:

 

АСТА - Asta, 1. A. regia, римская колония в бетческой Испании к северу от Гадеса[3].

 

ASTA - Asta, 1. A. regia, colonia romana en la España Bética al norte del Hades.

 

Como vemos, no es descartable que el famoso río Estigia fuese el que hoy conocemos por Guadalquivir, y la laguna del mismo nombre, fuese el lago Ligustino de los romanos, en el que, según Schulten, predominaban los topónimos Esta o Esti.

 

 Ríos Piriflegetonte y Cocito

 

 … encamínate á la tenebrosa morada de Plutón. Allí el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo del agua de la Estigia, llevan sus aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde confluyen aquellos sonorosos ríos.

 Homero. Odisea. Canto X.

 

De allí arranca el camino que conduce a las olas del tartáreo Aqueronte, vasto y cenagoso abismo, que perpetuamente hierve y vomita todas sus arenas en el Cocito.

Virgilio. Eneida. Libro VI.

 

Según la mitología griega relacionada con el Hades, uno de los ríos que desembocan en la laguna Estigia es el Cocito. Este río se remontaría hasta un lugar cercano al nacimiento del río Piriflegetón; y ambos nacimientos, a su vez, se encontrarían muy próximos al río Aqueronte.

También encontramos un paisaje similar en la geografía de la Andalucía Occidental.

Según leemos en la Eneida, el río Cocito recibe las arenas sobrantes del cenagoso Aqueronte, de modo que también es un río pantanoso y poco profundo –arroyo lo llama Homero–. Además, este río desembocaría en la laguna Estigia. Este río, sin duda debe de ser el río Guadiamar.

En efecto, el Guadiamar, que hoy desemboca en el Guadalquivir, en aquellos tiempos lo hacía en las aguas del lago Ligustino.

 


Además, incluso su hidrónimo original describe perfectamente las características narradas por los autores históricos.

En su libro Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana, el catedrático de Lingüística Indoeuropea de la Universidad de Salamanca, Francisco Villar Liébana, nos aclara que el nombre prerromano del río Guadiamar, Maenuba, significa río pantanoso:

 

*mei- en el tema maino- «encharcado, pantanoso»  (cf. Letón maina «pantano»): Maenuba, Mainake.[4]

 

 

7. Etimológicamente «uba» es, pues, una variante dialectal de la palabra indoeuropea «agua, río»,…[5]:

 

Para completar la descripción de Homero, resulta que, también el río Guadiamar confluye con un río Piriflegetón, el río Tinto. Incluso, como nos dice el ilustre autor de la Ilíada y la Odisea, tienen en común una roca que ya nos suena: el macizo de la Sierra de San Cristóbal, entre Nerva (Huelva), y El Castillo de las Guardas (Sevilla), separados ambos nacimientos por unos escasos 14 kilómetros.

 

Nacimiento del río Tinto. Fuente: www.geamap.com

 

Centrándonos ahora en el Piriflegetonte, muchos son los autores actuales que lo identifican con el onubense río Tinto. Anna Ferrari, en su Dizionario dei luoghi del mito: Geografia reale e immaginaria del mondo classico, nos dice:

 

 Este es el río al que llaman Piriflegetonte, cuyas lavas erupcionan fragmentos por toda la tierra. Dado que el río está conectado con el mundo infernal y este último estuvo tradicionalmente ubicado en el Occidente más remoto, se ha propuesto –con todas las reservas necesarias cuando se debate de geografía mítica– una identificación del Piriflegetonte con el Río Tinto que fluye en España cerca de Huelva, y es conocido por el color rojizo de sus aguas, que podría recordar la corriente de fuego del mítico río[6].

 

También el afamado historiador británico Robin Lane Fox, en su libro Travelling Heroes: Greeks and Their Myths in the Epic Age of Homer, coincide en esta identificación:

 

 Cerca de Huelva confluyen dos grandes ríos, el Río de Huelva y el “ardiente” Río Tinto con sus famosas aguas rojas, un verdadero Piriflegetón[7].

 

Hemos dicho que el Tinto nace en la Sierra de San Cristóbal, en Nerva. Y, claro, parece que no quiso ser menos que su vecino infernal, el río Lete, de modo que eligió como lugar de desembocadura otro Cerro de San Cristóbal, en la ciudad de Huelva, cerro, hoy ocupado por el Barrio Reina Victoria, o Barrio Obrero.

 

Cerro de San Cristóbal. Huelva

 

En Wikipedia, podemos leer:

 

 

… el Barrio Reina Victoria es un grupo de viviendas localizado en la ciudad de Huelva, España,… Situado cerca de la zona centro, en una pequeña elevación denominada Cerro de San Cristóbal,…

 

Aunque hemos abordado casi todos los ríos del Hades, y parece que todos ellos comparten características con los que discurren por territorio andaluz, todavía nos falta uno, el Aqueronte. 

A continuación, vamos a estudiarlo, y para ello, acudiremos a la Ora marítima, de Avieno, versos 205-214:

 

 El río Ana corre allá por medio de los cinetas y surca sus vegas. Se abre nuevamente un golfo y el territorio se extiende curvándose hacia el mediodía. Desde este río consignado se desgajan de repente dos ramales y su caudal, como en lenta formación, rechaza las aguas espesas del golfo ya dicho (en efecto, aquí las profundidades son de puro y denso lodo). En esta zona se levanta a lo alto la cumbre de dos islas, la menor carece de nombre y la otra una costumbre insistente la llamó Agónida.

 

En este pasaje, Avieno nos habla del río Ana, el mismo que hoy, a través de su paso por el idioma árabe, conocemos como Guadiana. Recordemos que Virgilio, en su Enéida, nos dijo del Aqueronte, que era un vasto y cenagoso abismo. Será casualidad, o coincidencia, pero Avieno nos confirma que este río, en su desembocadura en el Océano, muestra unas profundidades que son de puro y denso lodo.

Este detalle, por sí sólo, no es suficiente para asimilar ambos ríos. Sin embargo, Avieno nos aporta una clave fundamental en este fragmento. Nos dice que, en esa misma desembocadura, se levantaban dos islas, y nos da el nombre de una de ellas: Agónida.

Esta palabra es de origen griego, el modo acusativo de Agonís, que significa campo de batalla.  De este idioma, pasó al latín como agonia, también con el sentido de lucha, combate, pero, ahora, con un nuevo significado, derivado del dolor provocado por los combates: angustia, aflicción profunda. Y resulta que el significado del río Aqueronte es río de la Aflicción. Parece que ahora sí hay pruebas algo más sólidas.

Siendo así, sólo nos queda una última comprobación para saber si, definitivamente, el río Guadiana es el mítico Aqueronte. Recordemos que, en el relato que nos hace Homero sobre el Cocito y el Piriflegetón, se dice que, ambos ríos, por el extremo en el que confluyen en una gran roca, dirigen sus aguas hacia el río de la Aflicción.

En principio, parecería que esta condición no se cumple, pues el Guadiana queda bastante lejos del nacimiento del Tinto y el Guadiamar. Pero, si nos fijamos con detenimiento, podría ser que obtuviéramos alguna respuesta favorable.

Existe un río que nace a apenas 30 kilómetros de la roca en la que confluían el Tinto y Guadiamar. Este río tiene una peculiaridad, y es que desemboca en el Guadiana y, junto a éste, conforma la frontera con Portugal. Se trata del río Chanza.

 

 

 
Mapa de ríos de Andalucía Occidental

 

 

Parece que poco tiene que ver el nombre de este río con algo que se parezca a Guadiana o a Ana. Bueno, parece… a primera vista. Porque resulta que uno de sus principales afluentes se llama, precisamente, arroyo Santa Ana.

Según Wikipedia, el Chanza:

 

Nace en la localidad onubense de Cortegana, en la Sierra de Huelva, dentro del parque natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Desemboca como afluente del río Guadiana tributado de los arroyos de Santa Ana…[8]

 

Además, este arroyo nace en la población de Santa Ana la Real, Huelva. Y, precisamente, el paraje donde se fundó dicha villa era conocido desde antiguo como Valle de Santa Ana[9].

No hace falta indicar que bastantes topónimos con nombre cristianizado proceden de nombres ancestrales reacondicionados a la nueva fe. No nos equivocaríamos si afirmáramos que estas denominaciones de arroyo Santa Ana y Valle de Santa Ana, en realidad, están haciendo referencia a conceptos anteriores a la introducción del cristianismo en estas tierras onubenses: el arroyo Ana y el Valle de Ana.

Somos conscientes de que hemos vuelto a caer en la tentación de forzar la realidad para que cumpla con nuestras expectativas. Sin embargo, como hicimos anteriormente, no queríamos dejar de mostrar esta opción; porque, repetimos, no somos nadie para privar al lector de la facultad de juzgar los hechos que hemos aportado.

Aquí quedan expuestos. Parece que, como indicábamos al principio, no sin cierta dosis de ironía, en aquellos lugares por los que no ha pasado ninguna Ley de Memoria Histórica, de ningún signo, todavía se pueden encontrar rastros que nos llevan a realidades que pueden ser mucho más apabullantes e interesantes que los bastardos intereses de aquellos que piensan que el memento mori no va con ellos.



[1] García Lázaro, José y Agustín. (2016). Las lagunas perdidas. Humedales en torno a Jerez. [En línea]. Disponible en:  http://www.entornoajerez.com/2016/02/las-lagunas-perdidas-humedales-en-torno.html

[2] FA Brockhaus en Leipzig, Berlín y Viena, 14a edición, 1894-1896. Volumen 9: Heldburg - Juxta. Jeremias Gotthelf – Jericho: Die Stadt ist sehr alt und hieß angeblich keltiberisch Aesta, als röm. Kolonie Hasta Regia. [En línea]. Disponible en:

https://www.retrobibliothek.de/retrobib/seite.html?id=129367&textview=true Pag. 898

[3] Diccionario enciclopédico de F.A. Brockhaus e I.A. Efron. - S.-Pb.: Brockhaus-Efron. 1890-1907. [En línea]. Disponible en:

 https://dic.academic.ru/dic.nsf/brokgauz_efron/7107/%D0%90%D1%81%D1%82%D0%B0

[4] Villar, Francisco (2000). Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana. (P. 405). Universidad de Salamanca.

[5] Ibíd. (P. 178)

[6] Ferrari, Anna. (2015). Dizionario dei luoghi del mito: Geografia reale e immaginaria del mondo classico. UTET. ISBN: 978-8851135072

[7] Robin Lane Fox, Robin. (2008).Travelling Heroes: Greeks and Their Myths in the Epic Age of Homer. (P. 124). Allen Lane. ISBN: 9780713999808

[8] [En línea]. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Chanza

[9] Ayuntamiento de Santa Ana la Real. [En línea]. Disponible en:http://www.santaanalareal.es/es/municipio/el-pueblo/historia/