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01 junio 2021

Crismón - La evolución de un Toro Erguido

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Allá por el año 312, concretamente, el 28 de octubre, en las proximidades del puente Milvio, en las afueras de Roma, se libró una batalla que, a la postre, sería decisiva para los, hasta entonces, perseguidos cristianos. Allí se enfrentaban los ejércitos del emperador Majencio y el rebelde Constantino. Según cuentan Lactancio y Eusebio de Cesarea, la noche anterior a la contienda, Constantino tuvo un sueño premonitorio en el que vio una extraña figura y un lema escrito en griego, Ἐν τούτῳ νίκα (transliterado, en touto nika), que significa, literalmente, Con esto vencerás.

Esta frase pasó al latín como In Hoc Signo Vinces, Con Esta Señal Vencerás, en donde se le añade una palabra,  signo, señal, que no aparece en el original. Algunas teorías proponen que esta variante latina es la que dio otro monograma cristiano muy conocido, IHS, In Hoc Signo.

Se trataba de un monograma formado por dos letras del alfabeto griego, la khi, o ji (Χ), que en el actual idioma castellano no tiene fonema equivalente, y la rho (P), que dio origen a la latina R.

Tras esa revelación, Constantino decidió sustituir el lema de su lábaro –el estandarte con su divisa– por dicho monograma, que más tarde se conoció como el crismón. Un año más tarde, en 312, se proclamó el Edicto de Milán, por el que se reconocía la libertad religiosa –no sólo la cristiana- en todo el Imperio.

 


 Este monograma pasó a formar parte de la iconografía de la Iglesia Católica debido a que ambas letras eran las iniciales de la palabra Cristo en griego, Χριστός (transliterado Khristós o Jristós).

En teoría, dicha cuestión no debería tener más importancia que la simple anécdota de la aparición de un símbolo –uno más– que se identifica con el apelativo más conocido de Jesús de Nazaret, el Cristo, o Ungido, y que sirve para decorar los lugares y objetos de culto, e identificarlos con su naturaleza sagrada.

Sin embargo, cuando se profundiza en su significado, surgen dudas sobre su verdadera realidad. Y es que estamos ante un símbolo, tal vez el único, que ha evolucionado con el tiempo. Pasemos a analizarlo.

Como acabamos de decir, el primer crismón es de origen griego, con dos letras que representan el epíteto de Jesús, Cristo, un nombre sagrado. Tal circunstancia debería hacernos pensar que dicho símbolo se debería mantener inalterado, pues cualquier cambio desnaturalizaría su significado. Un poco más tarde, este símbolo fue insertado en una circunferencia, con lo que se obtenía una rueda de seis radios.

Pero llegó la Edad Media, y se produjo el primer cambio significativo. A ese símbolo se le añadió una nueva línea, en este caso, horizontal, de modo que, ahora, la rueda pasaba a ser de ocho radios. Además, en el radio inferior, el trazo vertical del la letra rho, se le añadió la letra S enroscada a su alrededor.

 

  

     Esta evolución ha sido interpretada como la recepción por parte de la iglesia, ya plenamente impregnada del idioma latino, de un símbolo de origen griego.

Según se cuenta, la sociedad medieval dejó de ver en el crismón original las iniciales de la palabra Cristo, y, en cambio, contemplaban una letra latina, la P; y una cruz, con forma de aspa, sí, pero una cruz, al fin y al cabo. Los incultos constructores de las catedrales románicas habían decidido por su propia cuenta que la letra P representaba al Padre; la X, la cruz, al Hijo; y la S, al Sancte Spiritu. Había aparecido el Crismón Trinitario.

El siguiente paso fue el más desconcertante, pues, a dicho símbolo, que, como hemos dicho, originalmente representaba el nombre sagrado Cristo, se le quita la letra khi (Χ), y permanece únicamente la rho (P), con el trazo vertical cortado por otro horizontal, de modo que queda una extraña cruz griega con un apéndice –la curva de la letra rho– en su parte superior. Además, también desaparece la S del pie.

Este símbolo se llama estaurograma, palabra que proviene de otra griega, stauros, que significa estaca, palo; y, en el ámbito cristiano, cruz, en referencia al stipes, el madero vertical que, por norma general, quedaba erigido permanentemente en el lugar de las ejecuciones por crucifixión.

 


Ahora sí tenemos una auténtica cruz cristiana, pero, como se puede suponer, este estaurograma ya no representa el nombre de Cristo, pues ha perdido algo fundamental, la primera letra de la palabra, la ji.

En la Edad Media, aunque no se supiera el verdadero significado del primer monograma, sí que estaba presente en el símbolo. Sin embargo, ahora, lo que comenzó siendo el epíteto con el que fue conocido Jesús, pasa a ser el instrumento de tortura en el que la persona intitulada fue ejecutada, con la peculiaridad de que mantiene la letra P –sea rho o Pe–.

Por cierto, para mayor conocimiento de este símbolo, conviene saber que, de forma alternativa, además de estaurograma, actualmente también se llama por sus letras griegas: tau-rho

En este punto, nosotros nos hacemos una pregunta: si ya existe un inequívoco símbolo cristiano, la cruz, en cualquiera de sus variantes –cruz latina, cruz griega–, ¿para qué mantener una cruz con una letra P en su trazo vertical?

La única respuesta que se nos ocurre es que, por alguna razón insoslayable, alguien pretende diferenciar el genuino símbolo cristiano, el instrumento de tortura, la cruz, del monograma que hace referencia al nombre de Cristo, el Crismón.

¿Será eso así? Y, de ser cierto, ¿por qué mantener una imagen que recuerda una palabra que ya no se lee con sus grafías originales?

A lo mejor es que esa reminiscencia del pasado todavía nos está hablando en la nueva variante del símbolo; a lo mejor, como le ocurre a todos los símbolos, trata de sugerirnos algo que va mucho más allá que lo que aparece tallado sobre una piedra o serigrafiado sobre una estola sacerdotal. A lo mejor, hay que remontarse al origen de todo para llegar a obtener la verdad.

Regresemos a la Edad Media, al momento en el que el crismón primitivo se transformó por primera vez.

Hemos dicho que la letra  ji, el aspa –X–, en el mundo cristiano, representaba la Cruz de Cristo, conocida con la palabra griega stauros, palabra que, todavía hoy, se usa en el idioma heleno.

Fijémonos en la adición efectuada.

Se le añadieron dos elementos: una letra S y un eje horizontal. Sin embargo, esta línea, al estar trazada sobre el radio vertical de la letra P, y separada de la parte superior por el aspa, en realidad, forma una letra T. Esto nos da un resultado muy interesante.

 


Si permanecemos en el idioma griego, tales letras, empezando desde abajo, serían sigma, tau y rho. Sorprendentemente, esta composición nos da una palabra escrita en vertical, a modo de estaca clavada en el suelo: S-Tau-Rho, stauro, que, como hemos visto, significa eso mismo, estaca, palo.

Pero es que, incluso aceptando que tales grafías pertenezcan al idioma latino, y la rho  sea una Pe, obtendríamos idéntico resultado: S-Ti-Pe, stipe, es decir, el madero clavado en el suelo sobre el que se izaba el patibulum, el travesaño de madera en el que se clavaba a los condenados a muerte por crucifixión.

Resulta que la estructura vertical del crismón se convirtió en un acrónimo que, en los dos idiomas universales de la época, designa el otro componente con el que comparte símbolo, el aspa, la cruz.

¿Estamos ante una deliciosa coincidencia? ¿O, tal vez, los creadores de tales símbolos pretendían, precisamente, representar, de forma velada, una estaca, un palo erguido, para referirse a algo más profundo?

Más arriba decíamos que, cuando desaparece esa aspa, el crismón se convierte en estaurograma, justo el nombre que aparece escrito en el componente vertical en su versión griega.

Pero, claro, este estaurograma, además de perder la letra ji, también se desprendió de la S, y, en la actualidad, sólo nos quedan la tau y la rho, Tau-Rho, Tauro. Este nuevo símbolo ya no es un acrónimo que nombra un objeto conocido de la tradición cristiana, sea el nombre de Cristo, sea un stauros, stipes, en definitiva, una cruz; es algo muchísimo más desconcertante y sugerente: estamos ante un TAURO, o TORO.

Antes dijimos que, para abordar este estudio, nos íbamos a trasladar a los orígenes del crismón, pero, al parecer, sólo nos quedamos a mitad de camino. Como hemos visto al principio, su verdadero comienzo está en las grafías que el emperador Constantino contempló en su revelación, las letras griegas khi (Χ) y rho (P). Veamos de dónde proceden.

Casi todo el alfabeto griego deriva del fenicio. Según la mitología, fue Cadmo, el abuelo del dios Dioniso, el que lo llevó desde Fenicia hasta la Hélade.

No es difícil ver la evidente similitud de las distintas letras:

 


 A su vez, las letras fenicias derivaban de pictogramas que representaban objetos cuyo nombre empezaba por la letra a la que querían designar.

Así, la letra griega rho deriva de la fenicia ros, cuyo nombre en fenicio significaba Cabeza, y su pictograma era, precisamente, una cabeza esquematizada:

 


Esta afirmación se puede comprobar en escrituras ideográficas similares, como el proto-cananeo:

 


O el egipcio:

 


La letra griega khi (Χ), por su parte, no tiene ningún antecedente en el alfabeto fenicio, siendo desconocido su origen. En cambio, su sucesora en la evolución del crismón, la letra Tau del estaurograma, sí que está en él. Y aquí aparece un dato desconcertante: resulta que la letra Tau, en fenicio, se escribía, precisamente, con un aspa.

 


Y, ¡oh, magnum mysterium! Recordemos que la variante latina del crismón, In Hoc Signo Vinces, añadió una palabra a la primitiva y literal frase griega In Touto Nike, concretamente, la palabra Signo, que significa señal, pasando de Con esto vencerás, a Con esta señal vencerás.

Pues bien, resulta que la palabra fenicia Tau, representada por un aspa, significa, precisamente, señal.

De modo que, si la versión actual del crismón, el estaurograma, se denomina tau-rho, o tau-ro, lo mismo habría que decir de su precedente, la señal que contempló Constantino, pues estaba formado por las fenicias Tau y Ros, Tau-Ros.

¿Por qué se habrá producido tal fenómeno? ¿Acaso dicho símbolo ha cambiado su forma para mantener el significado fonético de la idea que pretende representar? ¿Sería posible que sus autores pretendiesen perpetuar una palabra por medio de un signo, y, al cambiar la pronunciación, modificaron ese signo para que se ajustase a dicha pronunciación?

Lo ignoramos, pero es inevitable pensar que alguna razón debe haber para que se diese tal evolución. Y la sospecha se hace más fuerte cuando vemos que este fenómeno se extiende más allá de la religión católica y romana, aunque de una manera ligeramente diferente.

En 1614, aparece publicada en la Alemania protestante una obra esotérica titulada Fama fraternitatis, de autor anónimo, que habla de una sociedad hermética en cuyo seno se practicarían determinadas ciencias no convencionales, así como una especie de mística secular. El nombre de esta sociedad es Rosacruz, nombre que derivaría de su supuesto creador, Christian Rosenkreutz, o Cristian Rosacruz. Como se puede suponer, el símbolo que representa a dicha sociedad es, precisamente, una rosa y una cruz.

 


Mucho se ha hablado de dicho símbolo, pero nosotros no entraremos a analizar su  significado espiritual; únicamente nos fijaremos en sus dos componentes externos: una cruz latina, es decir, una Tau; y una rosa.

Parece que el fenómeno se vuelve a repetir en un símbolo distinto al crismón, pero cuya fonética es idéntica a este. La única diferencia es que pertenece a una tradición diferente a la católica. Parecería que los protestantes, en su ruptura con la Iglesia Católica, y, por consiguiente, con sus símbolos, no quisieran desprenderse del Tau-Ros fundacional cristiano, y crearon su propia Christian Rosenkreutz, o Cristiana Tau-Ros.

Como recapitulación del presente trabajo, nos gustaría resaltar las ideas que creemos que quedan claras. La primera es que, tras la evolución de un símbolo, al parecer, se ha pretendido transmitir un concepto que tendría sus orígenes en la misma cuna de la cultura griega, cuando todavía disponía de un alfabeto heredado de los fenicios, y que parecen conducirnos a una expresión indudable, Tauro, Toro; expresión que vendría asociada a otra idea fundamental, la de Estaca Erguida, Palo Recto, procedente tanto de Stauros, como de Stipes. A su vez, este Toro Erguido, tendría algo que ver con una Cabeza y una Marca.

Existe en la tradición griega un dios Toro que, además, tiene como epíteto el Erguido, el Erecto. Estamos hablando de Dioniso, el hijo de Zeus que, como escribió Eurípides en sus Bacantes, tenía cuernos de Toro. Como acabamos de decir, este dios era conocido como Dioniso Orthos, es decir, Dioniso el Erguido, el Erecto.

Y, coincidencia o no, este táurico y erecto Dioniso era el dios al que rendían culto los seguidores de una religión mistérica, el Orfismo, a cuyo personaje central, Orfeo, las mujeres tracias le cortaron la cabeza. Según el poeta griego del siglo III a.C., Fanocles, en su obra Amores o Los jóvenes hermosos (Ἔρωτες ἢ Καλοί), a raíz de tal decapitación, los tracios estigmatizaron a sus mujeres con tatuajes a lo largo de su historia:

 

Las tracias (bistónides) le cortaron la cabeza a Orfeo con espadas… por haber sido el primero en introducir en Tracia el amor masculino y no haber alabado el femenino. Como castigo por el crimen, los tracios han tatuado a sus mujeres de generación en generación.[1]

 

¿Es posible que un símbolo cristiano tan familiar como el crismón, en realidad, esté ocultando un fenómeno que se creía extinto, el culto mistérico órfico?

 



[1] Santamaría Álvarez, Marco Antonio (2008). La muerte de Orfeo y la cabeza profética. (P. 105-136). Orfeo y la tradición órfica: un reencuentro. Coord. por Alberto Bernabé Pajares, Francesc Casadesús i Bordoy, Vol. 1, 2008, ISBN 978-84-460-3006-5.